Es una especie de regla sagrada: todo despido es injustificado.
Me explico. En las películas ves a un asesino con diez muertes en su conciencia, al que llevan a la silla eléctrica. Se arrepiente, ¡y nos da pena!. Claro, si lo hubiéramos visto ejecutar sus asesinatos, o estos nos pillaran directamente, quizás no tendríamos ese dolor, pero como “ojos que no ven, corazón que no siente”, vemos el daño que recibe una persona, y no tenemos el contrapeso del daño que esa persona ha causado. Creo que por eso, cuando hay despidos, es fácil señalar al “empresario explotador” que no se esfuerza en defender el empleo y solo piensa en la peseta, poniéndonos de parte del que sale. Y no siempre esta apreciación es justa.
Un ejemplo. Agosto es un mes clave en la construcción, y más en este ejercicio. Lo poco que hay, se concentra en esos días. Y me cuenta un pequeño (antes medio-grande) contratista la anécdota de una de sus dos aparejadoras. La señorita, joven, sin hijos, sin pareja acreditada, ha decidido cogerse quince días en el mes. A lo cual tiene derecho por el convenio. ¡Y se los está pasando en casa!. A lo que también tiene derecho, obviamente. Pero mientras su jefe va desbordado de asunto en asunto, pensando que en septiembre, cuando la señora este en activo, y las obras terminadas, quizás no tenga trabajos que asignarle…ni ganas de hacerlo. Aunque me dice: “si estamos saliendo adelante es gracias Isabel (otra compañera), que este mes está echando el resto ¡qué triste que los dos nos estemos quemando tan sin sentido!
Esa señora saldrá de la empresa. Sera un día triste, para ella, y para el que la despide. No solo por la inversión y el esfuerzo, es que poner a alguien en la calle no resulta gustoso para ningún empresario de los que se ganan el día a día peleando por el céntimo. Para los que tienen pocas personas con ellos, y los viven en cada momento. Pero el día que salga, solo veremos el dolor que sufre, no el que ha causado. Veremos su problema, no los que ha generado.
Y no aprenderemos