“¿Por qué hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres?”
Me senté en un banco de piedra y les observé alejarse. Un galgo grande barcino, de andares espirituales y resignados, giró la cabeza y me miró humanamente, con ojos fatigados y débilmente esperanzados.
Los dos sabíamos que nuestras vidas eran un chispazo, un momento de claridad en una tiniebla infinita, pero nos esforzábamos en pensar que nos reencontraríamos bajo otro cielo, vagabundeando por una llanura sin término, lejos de esa mañana homicida que se cobraría las vidas de los torpes y rezagados.
Nos reencontraríamos todos en una mañana sin penumbra ni olvido, de plenitudes y esplendores, una mañana perfecta, libre de miedos y trajines. Nos miraríamos de nuevo, como dos viejos conocidos que han descubierto la felicidad de ser en el otro.
Sus ojos en mis ojos, sus sueños en mis sueños y nuestros latidos concertados en el viento.
Y como siempre hacías, vendrás hacia mi...