Revista Opinión

Se va Juan Carlos I pero se quedan las dos Españas

Publicado el 06 agosto 2020 por Mike Sala @mikesala65



Ni coronavirus, ni ruina económica, ni desempleo galopante. El 3 de agosto de 2020 la gran noticia del día desde las 17:30 horas en la totalidad de los medios de desinformación españoles fue la marcha voluntaria de Juan Carlos I fuera de España.
Previsibles reacciones de prensa, radio y televisión. Unos con alarma, otros con jolgorio. Los medios tradicionales de derechas hablan de ultraje a la monarquía, de golpe de estado, de peligro para España y de lo mucho que ha hecho Juan Carlos I por los españoles. Los de izquierdas, de la “huida” del emérito, de prohibirle salir del país, de sus escándalos económicos y del siguiente objetivo a batir: Felipe VI.
Esta mañana leo a las 6:23 un artículo recién recibido por Whatsapp. Quien lo escribe en Libertad Digital cae en los tópicos con los que España lleva funcionando demasiado tiempo. Demasiado. Tanto, que apenas parece haber españoles que sean capaces de razonar fuera de tales tópicos. Resulta que la monarquía, con Juan Carlos I al frente, ha sido algo parecido a la última línea de defensa frente al independentismo catalán y vasco, frente al socialismo y comunismo y frente a las herramientas favoritas que éstos usan; es decir, los movimientos feminazis, los LGTB, los ecosoviets, los okupas, los pateros… Y yo no dejo de preguntarme en cada ocasión que escucho y leo estas consignas si quienes las profieren y las creen no se han dado cuenta que, con monarquía “garante”, todos esos problemas no han dejado de crecer año tras año y década tras década, precisamente porque tal idealizada monarquía, con la excepción del inmejorable resultado en cuanto a enriquecerse a sí misma, ha servido de bien poco frente a estos problemas y contra otros muchos. Porque con monarquía y todo, el independentismo, la corrupción, la partitocracia y el sistema que la alimenta y la utiliza, el aborto, la agenda LGTBI, el feminismo y otras imposiciones liberticidas han hecho de este país un paraíso para todo ello.
Ahora bien, ¿cómo le planteas a un monárquico que si uno no lo es no significa necesariamente que uno sea comunista, anarquista, socialista o simplemente izquierdista? En España, razonar sobre el asunto es prácticamente imposible con la inmensa mayoría de ellos, los forofos de la monarquía. A los hooligans de la realeza no se les puede ir con planteamientos que les demuestren que República es Estados Unidos, Francia y Alemania, por poner unos pocos ejemplos. A los hooligans de la monarquía, incluso a los que solo lo son por costumbre y no han conocido otra cosa, les interesa que República suene a comunismo, a dictadura, a segunda república, a guerra civil, a matanzas y a checas. Les interesa así precisamente para que la gente, como sucede en este sufrido país, le tenga un miedo cerval al verdadero concepto de Republica y, en consecuencia, la mayoría del pueblo prefiera vivir tutelado por un “rey que reina pero no gobierna”, tal y como nos sucede aquí. En realidad, ellos hacen tanto y tan profundo uso de esa propaganda como lo hacen los izquierdistas con sus ideales y sus nuevas y aberrantes tendencias. El resultado, nuevamente las dos Españas enfrentadas sin remedio ni fin y, justo en medio los escasos españoles que tratamos de usar nuestro criterio sin sectarismos y que, como sucedió durante la segunda república y la guerra civil, somos vapuleados por unos y otros. Esa mayoría de españoles que se declaran monárquicos están transmitiendo, con su defensa de la figura del rey, que el pueblo español es lo suficientemente inmaduro como para que sea necesario poner en lo alto y alimentar a un tutor que vele por todos. En cierto sentido es lo que pretenden también los comunistas cuando pretenden aplicar su terror rojo. La tutela sobre un pueblo que no merece ni debe gobernarse a sí mismo.
Y llegado a este punto, cualquiera podrá caer en la cuenta de que, si en lo primero es imposible razonar con los hooligans de la corona, también es inútil hacerles ver que vivimos en una farsa. España es una nación a la que se le dio una constitución contaminada que desde el principio institucionalizó la desigualdad entre españoles mediante la consecución del corrupto estado de las autonomías, constitución que aseguró la inmunidad e impunidad del aquél que reinaba pero no gobernaba, y constitución que continúa en el tiempo con errores del pasado que España no debería seguir repitiendo.
Si los españoles quieren vivir en una nación de libres e iguales, si es que realmente quieren y se atreven, porque libertad implica responsabilidad, tienen que cambiar de raíz y para ello se necesita admitir, mal que les pese a muchos que solo ven la realidad a través del color de su partido político corrupto (disculpen la redundancia), que una nación libre e igualitaria no puede sobrevivir sin el principio de separación de poderes ni puede prosperar si no se haya bajo el imperio de una ley justa para todos. Tales principios se anulan ante la existencia de partidos que sangran a los contribuyentes e intervienen los poderes legislativo, ejecutivo y policial sin ningún pudor, autonomías que favorecen la corrupción desbocada y la figura de un monarca que por el hecho de serlo, se eleva por encima del resto de ciudadanos en derechos y privilegios.
Ambos bandos, la derecha monárquica y la izquierda antimonárquica, se equivocan profundamente en el miedo de unos y la alegría de otros por el exilio de Juan Carlos I. Los verdaderos problemas de nuestra nación se llaman corrupción, desempleo, ruina económica, delirante gestión de la epidemia, ausencia de principios morales y políticas sociales y económicas diseñadas y aplicadas por perturbados y trincones. Y tales problemas jamás fueron resueltos ni por un izquierdista e infame Rodríguez Zapatero, quien en buena medida trajo no poca de esta miseria y la enraizó en nuestra sociedad, ni por su heredero Rajoy quien se reveló como meritorio continuador de las políticas socialistas de Zapatero, ni por Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias, profundos ignorantes y absolutos narcisistas que cabalgan entre la mentira y la demagogia más abyectas, ni por un Juan Carlos I que tragó con todo lo anterior mientras se dedicaba a sus propios negocios por décadas, porque para eso “reinaba pero no gobernaba”, ni por un Felipe VI que continúa la farsa de una “monarquía constitucional” que en realidad nunca fue garante de nada que no fuera la supervivencia de una constitución tarada y falsaria, de un sistema corrupto de partidos parasitarios, de un tinglado de prebendas hecho a medida para las castas privilegiadas y amigas de la corona como antes lo fueron del franquismo y aún antes de ciertos gobiernos de la segunda república, y de la existencia de un aparato estatal e institucional que vampiriza los recursos de los ciudadanos y las empresas con una voracidad fiscal prácticamente sin rival en todo el mundo.
Salir de semejante matrix y pisar la realidad supone dar un primer paso mediante el que los españoles apreciarán que ni los políticos del sistema, ni la monarquía, ni los aparatos estatales y autonómicos, ni la justicia han servido de dique de contención para lo que se nos ha venido encima. A estas alturas, solo se puede hablar de excepciones, de voces clamando en el desierto, como algunos comunicadores, muy escasos políticos y una minoría de jueces posteriormente perseguidos. Pero en España, una vez más, un suceso de relevancia, esta vez la marcha del emérito, ha sido usado como argumento para emprenderla a mordiscos entre las dos Españas de siempre. Por desgracia, no parece que para muchos de estos españoles haya esperanza de salir de esa matrix si nos atenemos a la reacción más habitual de cada uno de esos dos bandos. Porque uno justifica en Juan Carlos I lo que ha criticado a placer en muchos políticos, y otro no ve en lo sucedido otra cosa que una oportunidad para soñar con construir una dictadura comunista. Ni unos ni otros son mimbres para construir una gran nación. Más bien parecen tablas y soga para levantar un cadalso.

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