A un actor o a una actriz podemos llamarlos “estrellas de cine” cuando comienzan a hacer parte de nuestra vida diaria, incluso más allá de la pantalla. Si para describir a alguien decimos que “tiene las mismas cejas de Kate Winslet” con la seguridad de que nuestro interlocutor va a entender. O cuando sus rostros (y sus cuerpos) se aparecen en nuestros sueños. Pero también podemos llamarlos estrellas cuando sentimos que son parte de nuestra existencia, que los conocemos tan bien y han estado hace tanto tiempo junto a nosotros, que son integrantes de la familia.
Algunos twiteros (labobadaliteraria, por ejemplo) se han burlado de las expresiones de tristeza de tantos hombres que han (que hemos) lamentado el matrimonio de Natalie Portman o que todavía no podemos creer que esté embarazada (pudiendo embarazarse, como tantas otras actrices, llegando a los 40 y no a los 30). Se preguntan con sorna si pensábamos que alguno de nosotros tenía la mínima posibilidad de casarse con ella. Y la respuesta es que sí, que por supuesto (es más, si asumimos que es cierto el noviazgo de Portman con Gael García Bernal, las posibilidades crecen) porque precisamente eso son las estrellas: nuestras novias eternas, nuestros amantes inmortales. Desde que todos nos enamoramos de ella en Leon, cuando sentimos que era nuestra hermana chiquita, han pasado 16 años en que la hemos visto crecer, madurar, raparse la cabeza, graduarse de Harvard y convertirse en la segura ganadora del Oscar este año. Siempre tan madura, pareciera que ese afán de trabajar (ha filmado 12 largometrajes en los últimos 5 años) era precisamente el seguro para dedicarse un par de años a su hijo sin que su carrera se resienta.
Al año siguiente de embobarnos con la presencia de Natalie, apareció en El último de los mohicanos un actor cuyo rostro parecía esculpido a hachazos. Los ángulos pronunciados de la cara de Pete Postlethwaite terminarían de grabarse en nuestra memoria cuando nos conmovió con su personaje de Giuseppe Conlon en En el nombre del padre, que dependiendo del día en que me pregunten, puede ser mi película favorita. Había que tener mucha presencia en la pantalla para infundir respeto estando al lado de Daniel Day-Lewis, pero Postlethwaite lo hacía con un mínimo de esfuerzo. Y a pesar de que actuaría en películas buenísimas, como The usual suspects o Romeo+Juliet, para muchos el buen Pete siempre será ese papá recto que enseñaba con el ejemplo, ese que se preocupaba porque su hijo se drogara en lugar de intentar demostrar su inocencia, el que hizo que sus compañeros en la prisión tiraran papeles encendidos por las ventanas el día que murió. Tal vez sin proponérselo, Postlethwaite se convirtió en nuestro padre adoptivo (cuya partida definitiva nos duele), así como Natalie Portman es y será, nuestra novia platónica, incluso ahora que es mamá. Porque los actores de cine son todos los que actúan en la pantalla gigante. Las estrellas son aquellos que siguen actuando en nuestra memoria cuando cerramos los ojos.
Se va un papá del cine, llega una mamá al cine originalmente publicado en www.ochoymedio.info/blog en Jan 4, 2011.