"Sea patriota, odie a los políticos". Eso decía una pintada que leí hace días en el barrio sevillano de la Macarena, donde viven decenas de miles de inmigrantes latinoamericanos. No pude fotografiarla porque, desgraciadamente, mi móvil estaba sin batería. Al leerla recordé una frase parecida que se hizo popular en El Salvador, a finales de los años setenta, en plena guerra civil, que decía "Sea patriota, mate un cura", un lema pintado en las calles por la ultraderecha salvadoreña.
La frase aludía y condenaba el apoyo que muchos curas, sobre todo los jesuitas, prestaban a la guerrilla izquierdista salvadoreña. Recuerdo que un día, paseando por San Salvador, en 1979, encontré el suelo lleno de papeles con esa terrible frase impresa.
El primer sentimiento que uno experimenta, como demócrata, al leer el llamamiento a odiar a los políticos es de condena y de tristeza por la situación de España. Cuando aparecen frases así, pintadas en los muros urbanos, es porque el país y la sociedad están muy enfermos. Sin embargo, como iba caminando y tenía tiempo, amplié la reflexión y contemplé la frase desde otro ángulo distinto, como una manifestación de la rebeldía ciudadana ante la injusticia, el mal gobierno y el abuso de los políticos españoles. Tal vez esa terrible frase de "Sea patriota y odie a los políticos" no sea más que el recurso de los débiles y sometidos frente a la enorme arrogancia, la ostentación, la corrupción y el despilfarro de los políticos, justo en estos tiempos de crisis, cuando los pobres y desempleados son cada día más numerosos, cuando las privaciones, la pobreza y el miedo hunden en la desesperación a millones de ciudadanos y familias.
Recordé un titular reciente del diario ABC "Chaves emplea un Falcon para escapar de la nube volcánica y abandona a sus invitados", que describe su arrogancia y despilfarro en la capital europea, y pensé que quien escribió en la Macarena aquella frase sobre el muro tal vez estuviera embargado por la misma sensación de rabia que siento yo al leer la noticia del arrogante Manuel Chaves, premiado por Zapatero con una vicepresidencia del gobierno a pesar de que Andalucía, después de dos décadas bajo su dominio casi absolutista y de haber recibido decenas de miles de millones de euros en fondos europeos de ayuda, no ha dejado de ser una región atrasada, miembro permanente de la cola de Europa, adicta al desempleo masivo, al fracaso escolar y a la corrupción, donde la legión de los pobres no para de crecer, en la que el foso que separa a ricos y pobres es cada día más ancho y donde los políticos en el poder exhiben una arrogancia y una incapacidad insoportables.
Premiar con altos cargos a los que han dañado a España con su mal gobierno y abusos de poder es una de las lacras peores de la mal llamada democracia española. La practican por igual la derecha y la izquierda. Manuel Chaves, que abandonó la presidencia de la Junta de Andalucía envuelto en el escándalo de haber entregado más de diez millones de euros como subvención a la empresa donde trabajaba y tenía poderes su hija Paula, nunca debió ser premiado por el PSOE con una vicepresidencia del gobierno de la nación. Ese premio nos envilece a todos.
Son estas injusticias las que sustentan y estimulan pintadas murales como la que vi en Sevilla.
Revista Opinión
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