Seamos sinceros y admitamos que los verdaderos culpables de las golfadas y abusos del sindicato UGT son los políticos, como lo son también de nuestra degradación política, de nuestro derrumbe moral, del hundimiento de la prosperidad y del desprestigio internacional de España, un país que cada día refuerza ante el mundo sus perfiles de sociedad de sinvergüenzas, golfos y aprovechados. Ninguno de nosotros ha votado a sindicalistas para que gobiernen y construyan una sociedad mejor, pero sí hemos votado a esos políticos que no sólo permiten que los sindicalistas truquen facturas, sino que, además, se las pagan. UGT falsifica bolsos en China y facturas de globos, mariscadas y guateques porque los políticos que gobiernan les admiten esas suciedades y las dan por buenas. Durante muchos años, UGT ha sido una "sucursal" del PSOE andaluz y ese sindicato ha recibido de la Junta todos los favores y beneficios posibles. Los ciudadanos hemos elegido en las urnas a los políticos para que gobiernen con eficacia, acierto y decencia, no para que llenen el país de rufianes y destruyan la nación.
Al igual que han permitido las suciedades de los sindicalistas, han destruido también casi todo lo que han tocado con sus manos: las cajas de ahorro, la confianza de los ciudadanos en el liderazgo, la moral pública, la calidad de la enseñanza, los valores, la verdad, la honradez, la misma democracia y mil virtudes y logros, todos hechos añicos por la debilidad cómplice de un pueblo que se ha dejado manipular y degradar sin resistirse.
La reacción lógica e inteligente ante los abusos de UGT no es estigmatizar solo al sindicato socialista, sino plantar cara de una vez a la casta política que está destruyendo España y exigir una regeneración que España necesita tanto como el aire que respira. La presidenta de la Junta de Andalucía acaba de entregar 6.5 millones de euros a los golfos ugetistas y los dos principales partidos, escoltados por los nacionalistas vascos y catalanes, acaban de repartirse el órgano de gobierno judicial nombrando jueces y magistrados obedientes, dos abusos antidemocráticos y caciquiles que los ciudadanos españoles, cobardes y cómplices de la orgía inmoral del poder político, han permitido sin protestar.
Sea patriota de una vez y plántele cara a los políticos.
Plantarles cara significa no votarlos jamás, no ver sus televisiones públicas, instrumentos de propaganda y engaño, no acudir a los actos donde ellos acudan, no leer la prensa sometida y que contenga publicidad institucional o política, abuchearles, pitarles y crear opinión contra ellos, sus abusos, arbitrariedades, torpezas y engaños en nuestros centros de trabajo, tertulias, amistades y familias.
Plantarles cara es la única actitud decente y rebelde de cualquier demócrata frente a la injusticia reinante, el incumplimiento de las promesas electorales, que convirtieron las elecciones en un fraude, los privilegios inmerecidos de la casta, las violaciones de la democracia y la construcción de una España desgraciada, marcada por el desempleo, la pobreza, el abandono de los jóvenes, la liquidación de las clases medias, la marginación del ciudadano, el abuso de poder, la violación de la democracia, el asesinato de los viejos derechos cívicos, la desaparición de los servicios básicos sociales, el impulso al suicidio, la bendición política de los estafas y saqueos y el mantenimiento de un Estado gordo, costoso, injusto y atiborrado de enchufados sin otro mérito que poseer un carné de partido.
Plantarles cara es la única actitud que nos hace ciudadanos libres y nos redime de la vergüenza de formar parte de un pueblo que incomprensiblemente sigue votando a los políticos que le maltratan y conducen a la infelicidad y el fracaso.
Ahora bien, recuerde que para enfrentarse a la casta con toda solvencia y dignidad, hay que hacerlo por vías pacíficas y ser demócrata, cumplidor y ciudadano ejemplar. Hacerlo sin practicar al mismo tiempo los valores humanos y democráticos es una acto menor, valiente y digna, pero incompleta, que pierde valor y cobra perfiles de protesta bullanguera por simple cabreo.
Revista Opinión
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