Con ocasión del día 8 de marzo, Día internacional de la mujer trabajadora, quiero retomar una buena noticia de hace un par de meses: la creación de Sealeer, entidad inscrita en el registro de Baleares bajo la actividad de “trabajo asociado para la prestación de servicios sexuales”. Sealeer se convierte en la primera cooperativa de prostitutas que se legaliza en España.
La noticia quedó rápidamente eclipsada. No es extraño, la sorprendente capacidad que tiene el PP y su gobierno de generar escándalos de todo tipo pone muy caras las portadas. Aunque en este caso la incomodidad que supone el tema haya tenido bastante que ver. Soy muy consciente que el asunto es un jardín frondoso del que solo puedes salir con arañazos en el mejor de los casos. A estas alturas no descarto que más de un lector y una lectora abandone el post: el reflejo automático de un cartel luminoso que rece ‘machista’ tal vez deslumbre a las mentes menos pacientes o reflexivas. “Este tipo es tan obtuso (doy por hecho la educación mis lectores/as) que el 8 de marzo solo se le ocurre hablar de prostitutas, como siempre reduciendo a la mujer a un solo tema”.
A quienes hayan tenido la paciencia de seguir hasta aquí les confesaré que mi primera idea era escribir sobre Alexandra Kollontai, una de la referentes del feminismo progresista. A su favor estaba que es un personaje no demasiado reivindicado por estos lares: demasiado bolchevique o demasiado rusa: Rusia siempre es culpable, como bien muestran casi todos nuestros informativos.
Pero ya hablé aquí de heroínas como Alma Rosé, Lidia Litviak, Hedy Lamarr o Grace Fryer (permítanme volver a recomendar) y hoy el cuerpo me pedía hablar de la lucha laboral de la mujer desde la base, y si además el tema daba para reflexiones en esa incómoda zona gris que tiñe este blog, mucho mejor.
Como decía, en diciembre pasado, 11 mujeres fundaban en la isla de Ibiza Sealeer, la primera cooperativa de servicios del sexo en España. Once mujeres valientes, provenientes de países del este de Europa, de Italia y de España. María José López Armesto, su presidenta, declaraba que el objetivo principal, la esencia del asunto, era “normalizar la prostitución”.
María José López Armesto, portavoz de Sealeer
Pero claro, no es solo eso. Por el camino pagan su Seguridad Social, un servicio jurídico y se ayudan entre ellas. Pueden optar a baja laboral, paro, jubilación, etc. En definitiva, las pone en el mapa de la economía legal, esa que paga impuestos y contribuye a la riqueza de todos. Unas ciudadanas ejemplares en un momento en que el dinero negro llega ensobrado hasta lo más alto .
Ellas deciden
Quieren demostrar, y están en la pelea, que son capaces por sí mismas de imponer sus condiciones, no las del cliente o el proxeneta. De momento son 11 pero nada más registrarse, el pasado enero, ya tenían otras cuarenta solicitudes sobre la mesa. La condición para formar parte de Sealeer es que que “sean mayores de edad, no tengan ninguna discapacidad intelectual, y que actúen libremente y no estén coaccionadas”, según palabras de su portavoz, López Armesto, la única de ellas que no ejerce el oficio. El resto no quiere aparecer en público: el estigma social no se borra con un papel timbrado por el estado.
Siendo importante para ellas, ya que mejorará sus vidas, el tema va mucho más allá de estas once mujeres o las que se sumen a la cooperativa en el futuro. El asunto de fondo es la legalización de la prostitución como una actividad laboral más y ahí hay opiniones para todos los gustos, incluso dentro del feminismo.
A favor y en contra
Cierto sector del feminismo aboga por la prohibición de todo tipo de prostitución, ya que supone la consideración de la mujer como un “objeto de consumo”, una mercancía a la que se rebaja su dignidad humana. Su mera existencia hace imposible alcanzar la igualdad de sexos. Esta corriente alega que la inmensa mayoría de las prostitutas se ven forzadas a un trabajo degradante que no ha elegido ya que es ínfimo el número de mujeres que se dedican a ello por libre elección. Los mismos o similares argumentos se extienden contra la pornografía.
Manifestación abolicionista en París
Pero hay otras feministas que creen que los argumentos anteriores solo contribuyen a estigmatizar aún más a la prostituta, un oficio como cualquier otro, ni más ni menos degradante en sí mismo. Son principios culturales y morales muy arraigados los que distorsionan la visión de dicha actividad. Para las que opinan así, como el colectivo Hetaria, por ejemplo, la postura abolicionista olvida a las mujeres que, sin coacciones, quieren ejercer la prostitución y hacerlo protegidas por la ley.
Opinan que hay que perseguir a las mafias y la trata de blancas, pero es mucho más efectivo, para ese fin, la legalización que la penalización. El fiasco de la ‘Ley Seca’ podría servirnos de enseñanza contra ciertas penalizaciones, añado por mi cuenta.
El objetivo de erradicar la prostitución se le antoja a Hetaria, y a mí mismo, como un sueño imposible. No estoy en contra de soñar una utopía, adelante, pero mientras hay que preparar la cena, que se va haciendo tarde. Creo, humildemente, que mejor sería darles el control de la situación a quienes quieran dedicarse a ello y, sobre todo, dignificar un oficio que al final trata sobre dar momentos de placer a las personas. El pecado es un asunto particular de cada cual, que baja las escaleras como quiere.
Pintura en un burdel de Pompeya
Si a la prostitución le quitamos el componente moral, que está ahí aunque no lo queramos o podamos ver, se queda como un servicio más: como un dentista o una abogada. El abuso y la explotación no vienen con el acto sexual, los trae de serie la desigualdad económica o social, forman parte del sistema. Lo encontramos en jornaleros, albañiles, becarios de investigación o prostitutas. En estos casos creo que la prohibición, mantener el negocio fuera de la ley, es abono para las mafias y una mayor indefensión para las trabajadoras.
“No vendemos nuestro cuerpo”
Por eso creo que lo que han hecho estas 11 mujeres es adueñarse de su destino sin esperar ‘salvadores’, de uno y otro lado, que muchas veces están más pendientes de sus propios principios que de escuchar a las protagonistas. A propósito de la nueva Ley de Seguridad que está tramando el gobierno del PP y que quiere penalizar aún más a la prostituta, leo en elconfidencial.com a Lucía:
“Quiero libertad. Quiero tener la libertad de ejercer en lo que quiero, sin molestar a nadie, y de no hacerlo si no quiero. Los que legislan no nos escuchan. ¿Hablan con nosotras? Nunca. Y, sin embargo, cuando aprueban un reglamento, dicen que es por nosotras. Que quede claro que no vendemos nuestro cuerpo: vendemos un servicio. Igual que si limpio una escalera no estoy vendiendo mis manos”.
No se cómo les irá en estos momentos a las chicas de Seeler, tan a la intemperie: incómodas para las abolicionistas y un ejemplo peligroso para las mafias de la prostitución. Yo les deseo que no les falte el coraje que ya han demostrado y que les sirva para una buena jubilación, ya que su trabajo, aunque da dinero rápido (que no fácil, a menudo se confunde una cosa con otra) tiene una fecha de caducidad muy temprana, como el de las deportistas.
Así que feliz día de la mujer trabajadora para Lucía, para esas 11 valientes pioneras de Baleares y todas aquellas mujeres que luchan de forma honrada por mejorar sus condiciones de trabajo sin explotar a nadie y sin dejarse explotar por nadie.
Y gracias por llegar hasta aquí. Pueden estar de acuerdo, totalmente en contra e incluso escandalizarse. Solo les pido una cosa: no me disparen, yo solo soy el pianista.