El pasado domingo 7 de abril falleció José Luis Sampedro, uno de los pocos humanistas críticos cuyo discurso ha tenido eco en los medios masivos. La mente “más joven de España” ha muerto a los 96 años dejando tras de sí una larga lista de títulos literarios y ensayísticos para recordar. Entre ellos, La sonrisa etrusca (1985), una novela muy representativa de su autor en tanto que permite identificar fácilmente la que ha sido su filosofía de vida. En concreto, podemos encontrar aquí la huella de su apasionada defensa del pensamiento libre y del autoconocimiento como meta del ser humano.
La historia gira en torno a Salvatore Roncone , un viejo anarquista marcado por el enfrentamiento ideológico de la guerra, el entorno rural calabrés y una rancia visión de la masculinidad. Un cáncer le hace abandonar con desgana el pueblo que había constituido su mundo e instalarse en casa de su hijo y su nuera en Milán. Entonces comienza una contradictoria lucha interna entre los rígidos prejuicios acumulados y el descubrimiento de una nueva visión de sí mismo y su entorno. Saltando del asombro al rechazo y viceversa, el viejo cascarrabias aprende una nueva forma de amar y, por tanto, de vivir, pensar y ser feliz. Un niño de apenas un año seráel responsable de su renacimiento: su nieto Bruno le inspira una ternura hasta entonces desconocida, que le llevará a replantearse su retrógrada idea de la virilidad.
A través de los ojos de Salvatore, Sampedro dibuja un retrato mordaz de los valores rurales y urbanos, que se contraponen constantemente. La pasión de los ideales se pierde en la ciudad, infectada por el virus de las apariencias y lo políticamente correcto; mientras que el inmovilismo en el campo priva al hombre de su necesidad constante de evolución interna. Pero más allá del análisis social, la obra es un canto al que quizás sea el tema más universal en la historia del arte, el amor, que se convierte aquí en el empuje que permite al hombre acercarse más y más a su humanidad.
Esta evolución personal se construye a partir de anécdotas cotidianas narradas con sencillez y un lenguaje que a veces se acerca a la poesía. El autor recurre a menudo al monólogo interno y con él consigue retratar la naturaleza de un personaje cautivador, lúcido, sereno, que nos hace participes de sus propias contradicciones. El viejo Salvatore recorre a trompicones el camino para llegar a ser él mismo, empujado por cambios forzosos que lo sacan de la comodidad de la costumbre.
Sampedro estaba seguro de que el hombre nunca termina de hacerse y esta convicción queda reflejada a la perfección en La sonrisa Etrusca, obra que podría considerarse una plasmación literaria de su particular “credo personal”:
“Creo en la Vida Madre todopoderosa
Creadora de los cielos y de la Tierra.
Creo en el Hombre, su avanzado Hijo
concebido en ardiente evolución,
progresando a pesar de los Pilatos
e inventores de dogmas represores
para oprimir la Vida y sepultarla”.
(Credo completo en ClubCultura.com, el portal cultural de la Fnac)