El partido que gobierna Cataluña, CiU, anuncia ya sin rodeos su voluntad secesionista aprovechando que la Nación española está desorientada por las dudas sobre su propia identidad, que proclamó y practicó Zapatero durante siete años, y por la actual crisis económica que desbarata el bienestar general conquistado durante las últimas décadas.
El nacionalismo catalán –el vasco no es postulante, sino etnizante-- amenaza con la independencia si no se atienden sus exigencias de mayor financiación.
Explota que toda España es rehén de su supremacía manufacturera, acelerada por el franquismo gracias a los estímulos e inversiones detraídos de regiones más pobres.
Los españoles han salvado varias veces las empresas-mito creadas por Franco en esa Cataluña, como SEAT, fundada en 1950, y a la que se le inyectaron ingentes fondos estatales cada vez que decidían cerrarla sus socios como Fiat, que acabó yéndose, o Volkswagen.
Como SEAT, fueron a Cataluña las compañías que pretendían vender en un país con mano de obra de saldo y trabas a la importación competitiva, obedeciendo la doctrina proteccionista del catalanista Francisco Cambó (1976-1947), que se mantuvo durante todo el franquismo.
Desde alimentos procesados hasta medicinas, con excepción de la metalurgia del País Vasco, las principales industrias manufactureras iban a una Cataluña protegida mientras el resto de España entregaba energía eléctrica y trabajadores baratos.
Cataluña prosperó tanto creó hace casi cinco décadas las primeras autopistas españolas, mientras en la mayoría del país sólo había caminos de caballerías no siempre asfaltados.
Le molesta al nacionalismo que el resto de España tenga autovías y quiera trenes rápidos, y exige cobrarse todas las regalías del mercado rehén de sus marcas, como hacía con Franco.
Que sepa que los demás tienen derecho a exigir las inversiones de sus muchas décadas como accionistas y clientes forzosos con pérdidas.
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SALAS