Decía Gerog Simmel, filósofo del siglo XIX, que el secreto humano explica buena parte de la lógica social. A través de la dialéctica entre el vestido y la desnudez de nuestros anhelos dibujamos los trazos inacabados en la mente de los otros. Somos, decía el pensador, la suma de fragmentos rotos en las huellas mentales que mostramos a la sociedad. Desde la mirilla analizamos la silueta gris del extraño que desea atravesar las líneas de nuestro salón. Solamente, a través de la intimidad decidimos abrir las habitaciones más ocultas de nuestros recovecos nevados.
La fricción entre la ignorancia y el conocimiento son la lucha diacrónica del pensamiento actual para salvaguardar la confianza civil. El margen al error de toda convivencia construida con los hilos del secreto invita a la crítica a reflexionar sobre las instituciones de la verdad y los estamentos de la mentira. En las relaciones de pareja, la revelación del engaño abre la grieta en las jaulas de hierro del traicionado, y enciende las llamas rojas del traicionado. El descubrimiento del error en las imperfecciones del amado desprende las hojas rotas del árbol sentimental y mancha el paisaje endógeno de marrón otoñal.
El secreto, decía Simmel, alimenta el motor del ascensor social y fortalece los escudos de la oscuridad. A través del consenso de la complicidad se mueven los hilos de la pillería en los suburbios de la verdad. La complejidad de la modernidad y su materialización en el discurso contemporáneo de la urbanidad ensanchan los precipicios del error hacia el descenso del dinero. Mientras la cercanía de lo rural vigila atentamente las desviaciones dolosas del engaño, la ciudad deshumaniza el interés ajeno ante el esclarecimiento de la verdad. A través de las avenidas y las plazas de la capital, el secreto perdura en el cajón temporal bajo la llave abstracta de su guardián.
La lejanía y el secreto guardan la relación indirecta de su medición. A mayor distancia entre el secreto y su protector menos probabilidad existe de encontrar la llave de su baúl. A menor longitud, mayor es la posibilidad de desmontar los mimbres de la mentira. Las aguas de Heráclito han descubierto las llaves de la verdad en las arenas deslizantes de la corrupción. La mancha institucional del presente ha sembrado la discordia en los campos de la confianza, que decíamos atrás. El caso Urdangarín y los ecos judiciales de Camps han roto la armonía instrumental en las partituras orquestales de la tranquilidad. El secreto ha sido desvelado por la erosión de los adobes desgastados en los muros débiles de la mentira. Hoy el pueblo, siente la cercanía de la traición ante las idea falsas de su espejismo institucional.
Desde la crítica intelectual de este blog, cabría preguntarle a Simmel: ¿Por qué Urdangarín se trasladó a Washington?, ¿por qué dimitió Camps si tanto defendió públicamente su honradez?, ¿Por qué Rajoy calló como una tumba y ganó la elecciones sin desvelar la letra pequeña de su programa?, ¿Por qué Aznar “mintió” en la autoría de los atentados de Madrid?, ¿Por qué Zapatero negó la crisis a sabiendas de su existencia? Secretos simplemente secretos.
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