El sectarismo es la intolerancia, discriminación u odio que surgen de dar importancia a las diferencias percibidas entre diferentes grupos sociales, políticos o religiosos.
El sectarismo del separatismo catalán, tras haberle lavado el cerebro a sus creyentes convenciendolos de ser una cultura o una etnia superiores, rechaza como odiosos herejes a los catalanes que se sienten españoles y a los demás españoles.
Bondadosos, sus creyentes se sacrifican y hacen penitencia por la conversión de esos pecadores ofreciéndose abnegadamente como mártires de una yihad en la que la muerte como sociedad democrática rica y plena supone el Paraíso de la decadencia económica y la pobreza.
Autistas ante el resto del mundo se dicen herederos de una sociedad perfecta e idílica previa a 1714 y desprecian todo lo que no emane de ellos mismos y de sus ideas, algo que adoptan también la mayoría de los curas y obispos de su tierra, conversos y predicadores de la secta.
El endiosamiento independentista no cede ni ante las verdades más duras: la independencia iba a traerles manantiales de oro y la UE y que el resto del mundo saldrían a recibirlos como los ángeles a Mahoma, pero les llega la ruina y se les cierran las puertas más accesibles de la política internacional.
No obstante, insisten en que están enriqueciéndose y que el mundo es suyo tras ponerse a su servicio.
Una secta destructiva es un grupo bajo un líder o una idea superior todopoderosa con gran poder misionero y de convicción hipnótica que hace creer a sus seguidores que son seres privilegiados.
El independentismo catalán es una secta destructiva cuyos fieles sufren tal ceguera que cada día serán más pobres pero creerán estar llegando a Eldorado.
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