Revista Opinión

Secuestrados y pisoteados por el sistema (segunda parte)

Publicado el 13 noviembre 2013 por Eowyndecamelot

(viene de) Sancho me sacó de mi flash-back: él, y el renqueante trotar de mi mula, claro, que no me dejaba concentrarme demasiado en mis pensamientos sin obsequiarme con otra buena sacudida para mis ya castigados riñones. Pero no podía quejarme: no iba a atravesar la frontera con Cataluña como una inmigrante ilegal, no iba a ahogarme en el Mediterráneo a orillas de Lampedusa a bordo de un barquichuelo fletado por traficantes sin escrúpulos ante la desidia de todos ni iba a quedar destrozada a la salida de Marruecos por concertinas que me encantaría ver clavadas en los aparatos reproductores de quienes las instalaron y de quienes lo decretaron.

-¿Te encuentras bien, Eowyn? Tienes mal aspecto.

Le miré con sorna.

-Oh, lamento de verdad que te quite el sueño mi estado. Cualquiera diría que tienes alguna parte de culpa en él. Al menos espero que no me hagas pagar las medicinas diciendo que se trata de “una medida feliz que garantiza la justicia social” ni me quites la asistencia sanitaria por haber nacido fuera de la Corona de Aragón. Aunque por lo menos, eso hay que reconocerlo, no eres un asesino cobarde que solo se ensaña con los débiles ni un hipócrita.

Él arrugó los labios y bajó levemente la mirada.

-Venga, muchacha, dame un respiro. Sabes que no he elegido esto. No es necesario que me lo recuerdes a cada momento.

-¿Y qué me queda entonces? –salté yo-. Estoy aquí, prisionera, sin saber qué va a ser de mí mi para qué me necesitáis. Y para colmo, te niegas a decirme adónde nos dirigimos. Y qué es eso tan terrible que Blanca planea contra mi amigo.

-Tu ignorancia es mi escudo –contestó rápidamente Sancho-. Está claro que si supierais cuál es nuestro destino no dudarías en intentar escapar para prevenirle. Y ya me he indispuesto bastante con Blanca. No suele –sonrió con picardía- ser demasiado dura con sus caballeros menores de 35 años y no muy castigados por las batallas (ella misma los elige así la mayoría de las veces), pero me temo que ni eso me salvaría si escapas estando bajo mi cuidado.

Bueno: otros tienen peores criterios para elegir a sus esbirros. El Departament d’Interior de  la Generalitat de Catalunya solo admite como Mossos d’Esquadra a los que se han revelado como psicópatas en los psicotécnicos de las oposiciones.

-No creas que voy a esperar a saber nada para escaparme. Tampoco es que me importe tanto. Cada uno que arrime el ascua a su sardina. Además, es obvio que Blanca se estaba tirando un farol: ¿de verdad cree que puede eliminar a un alto cargo del Temple y no sufrir las consecuencias? Incluso alguien de tan escaso coeficiente intelectual como es el suyo debería saber que eso no es posible.

Sancho meditó unos segundos, como si tratara de decidir qué podía o no decirme. Al final declaró en tono misterioso.

-Tal vez ella no pretenda hacer nada, al menos personalmente. Pero ya sabes que los accidentes ocurren –aquello sonaba propio de la mafia valenciana: tenía que conseguir la información de una vez por todas.

La llegada de los dos caballeros que se habían adelantado en busca de un enclave idóneo para pasar la noche interrumpió nuestra conversación. Al parecer, habían encontrado un claro en el bosque de pino negro que estábamos atravesando a unas pocas varas de allí, cerca de un riachuelo vadeable en aquel punto. Hacia allá nos dirigimos, mientras yo me armaba de paciencia y esperaba mi oportunidad: acabaría sacando a Sancho, con engaños, los suficientes datos que me permitiera atar cabos. De momento, ya sabía que se preparaba una trampa contra mi compañero y que esa trampa iba a tener lugar probablemente en algún punto de Cataluña o, en todo caso, en la frontera con Aragón, ya que acabábamos de pasar por una pequeña aldea (en realidad, no más que un núcleo hospitalario gestionado por los Caballeros de San Juan con un par de casas en su órbita), y los suministros que había adquirido Blanca alcanzaban solo para muy pocos días. Y también de que mi presencia (a pesar de lo poco importante que era esta que suscribe para el resto de la Humanidad, según la dama, cosa acerca de la que no faltaba razón), por alguna extraña razón, era necesaria. Pero en aquel momento, llegábamos al punto elegido para pernoctar y, entre un despliegue de personal afanado en acondicionar la lujosa tienda de viaje de la señora (que necesitaba no sé cuantas acémilas solo para transportarla), prender hogueras (no fuera que se enfriara la damisela), preparar la cena (deliciosos manjares para ella y Elvira y cocido indigerible para la tropa; seguro que lo hubieran preparado con ingredientes transgénicos si ya se hubiera inventado la privatización de las semillas), forrajear y herrar a los caballos (el de la jefa el primero porque si no se ponía a cocear a cualquiera que se le aproximara: parecía un pepero resabiado por los poco medios de comunicación no afines) y cavar letrinas (una privada para su señoría, que sin duda llenaría de rosas y agua bendita, que era lo que cagaban los nobles), Sancho me ayudó a descender de mi triste montura, me hizo acomodarme bajo un abeto, un poco al resguardo del resto de integrantes de la comitiva, y se fue a cenar, no sin antes traerme una escudilla de la bazofia que correspondía a todos los que no eran el ama y su antipática acompañante. Cuando volvió, tendió mantas para ambos.

-Mañana nos espera un día duro, Eowyn. Será mejor que trates de conciliar el sueño lo más rápidamente que puedas –dicho esto, se acomodó a mi lado y me atrajo hacia así-. Las temperaturas han descendido –añadió, a modo de explicación.

Yo no me opuse, a pesar de que conservaba gran parte de mi enfado contra el leonés. Se trataba de una medida sanitaria habida cuenta de las traicioneras noches otoñales pirenaicas, y el hecho no me causaba ni emoción ni desagrado. Era curioso, o tal vez no, lo rápido que pueden variar los sentimientos: en la época en que nos habíamos conocido, Sancho, aunque era un hombre atractivo, me había cautivado sobre todo por su inteligencia, por su interesante y amena conversación: ahora, los temas de los que hablábamos versaban en su mayoría sobre planes que otros habían trazado y nosotros, de una manera u otra, sufríamos. Y allí no había lugar para que fuéramos nosotros mismos, y por tanto el encanto se había esfumado. Pero, pesar de su advertencia sobre la necesidad de dormir a pierna suelta aquella noche, él no parecía ser capaz de seguir su propio consejo: se removía inquieto a mi lado, como si estuviera siendo asaeteado por miles de mosquitos tigre. Al fin, oí su voz en mi oído.

-Eowyn… me gustaría saber… si es cierto lo que se dice.

-¿Sobre qué? –pregunté, algo somnolienta.

-Sobre… sobre si es verdad que eres la hermana bastarda de Guillaume de Nantes, el visitador de los templarios.

La sorpresa me despabiló como un cubo de agua fría en plena cara. ¿Cómo podía haberse propagado el rumor tan rápidamente? ¿Tal vez el propio Guillaume se había encargado de difundirlo por motivos que se me escapaban? ¿O bien había sido Blanca quien había informado directamente a Sancho? ¿Tanta confianza existía entre ellos? Mmmm, sospechoso… Iba a soltarle una respuesta airada y a zanjar definitivamente aquella cuestión (no me faltaba más que fueran creyendo que yo pertenecía, aunque fuera de manera mezclada, a esa casta que tanto aborrezco), cuando de repente una luz se encendió en mi cerebro: creía recordar que Guillaume presumía de que por sus venas corría sangre real. Y eso de la sangre real tiene sus ventajas: te permite autoalquilarte las casas, da poderes sobrenaturales para firmar en estado de inconsciencia sin que Hacienda se cabree…

-¿Por qué quieres saberlo? –intentaba ganar tiempo para reflexionar sobre qué sería lo más adecuado que debería decir a continuación

-Blanca no acaba de creérselo –respondió-. Pero la gente habla. Parece ser que él jura y perjura que es cierto.

O sea, que la segunda de las posibilidades era la acertada. Pero ¿a qué efecto? Me tomé unos instantes, fingiendo que me costaba hablar del tema.

-Él me ha buscado durante años –solté, al fin, en mitad de un gran y fingido suspiro-. Supongo que eso quiere decir algo. Por otro lado… bueno, parece ser que mi madre no estaba muy bien considerada en Santa Cruz de Serós. Quizá fue esa la razón por la que emigraron a la aldea del pequeño hospital, donde tenían familia. Y mi padre… siempre estuvo un poco mejor situado que los campesinos de su alrededor. Tenía hasta un pequeño terruño propio, cuando en sus orígenes parece ser que fue siervo de la gleba –para que me entendáis, oficio que, os puedo asegurar, no era peor que ser minero, por ejemplo, en una época en que ni empresarios ni autoridades dan un céntimo por la seguridad y la vida de sus trabajadores; me temo que no habéis evolucionado nada, compañer@s del siglo XXI-. Y el origen de ese dinero siempre lo ha mantenido en secreto.

Naturalmente, todo aquello era una vil mentira. Mi madre puede tener muchos defectos, que los tiene, pero a virtuosa, mojigata y puritana no la gana nadie. En cuanto a mi padre, es cierto que no es tan pobre como sus vecinos y que tuvo que huir de mi Huesca natal hacia Cataluña, pero aquello, más que una prebenda por haber permitido que un noble se beneficiara a su mujer, siempre había creído que más bien fue fruto de algún negocio sucio, el mismo que les obligó a marcharse cuando yo no era más que una bebé. Muy sucio. Pero Sancho no me dejó recrearme en mis recuerdos.

-En realidad… siempre pensé que no podías ser solo una repugnante mercenaria…

-Eh –respondí indignada-, un poco de respeto para mi profesión. Que no hay que hacer tanto caso a los tópicos.

-… pues siempre te has comportado como una dama… Eres generosa y leal, demasiado leal, aunque te encante disimularlo. Y te expresas con una corrección que desearían mujeres más nobles que tú.

Ahora la generosidad y la lealtad son patrimonio de la nobleza. Sí, y la austeridad de la iglesia y de los políticos del Sistema.

-No creo que eso tengo mucho que ver con mi sangre mezclada. El cura de mi pueblo me enseñó buenos modales. Y tengo el problema de que sé leer y me gustan los libros. Cuando una ha leído mucho, lo de hablar bien llega por sí solo. Es lo que hay –me encogí de hombros, un poco avergonzada de mis veleidades pseudoculturales. Él se acercó un poco más a mí, pero no me apreció notar demasiado ánimo concupiscente en el hecho.

-Se dice que el padre de Guillaume le dejó en usufructo unas tierras para que las entregara a ti como dote, arrepentido de haberte dejado abandonada. Que siempre echó de menos tener una hija.

Joder con la imaginación desenfrenada de Guillaume. Qué manera de poner los dientes largos a una pobrecita trabajadora de las armas que nunca había tenido casa propia. Desde luego, mi opción era una buena manera de evitar desahucios y expropiaciones mafiosas, pero lamentablemente no todo el mundo la podía adoptar y se quedaban a merced de bancos sin la más mínima vergüenza, esbirros sin el más ínfimo honor y gobernantes que esconden la cabeza al estilo de los avestruces.

-Ya me gustarí… quiero decir, sobre eso no tenía ni idea. Me hubiera conformado con su cariño en vida –Sancho era demasiado ingenuo para notar el sarcasmo en mi entonación.

-Lo sé. Tú eres así… pero piensa… fértiles tierras en la Bretaña que proporcionen abundantes tributos… un buen hombre a tu lado… hijos que criar… Una vida regalada, organizando partidas de caza, torneos, fiestas, veladas con trovadores… Supongo que deberías renunciar a muchas cosas de tu actual vida libre, pero ¿no compensaría el cambio?

Debía admitir que aquello de la vida regalada organizando fiestas, torneos y veladas poéticas no sonaba mal. Pero me olvidaba que para pillar la hipotética dote habría tenido que casarme. Con la consecuencia de, aparte de no ver ni medio real de vellón, tendría que aguantar a algún subnormal a mi lado. Mal negocio.

-Idílico panorama el que me dibujas –sí, claro, y un cuerno tan grande como los de la reina Sofía.

-Ya sabes… -continuaba Sancho-, yo siempre pensé que si servía bien al rey acabaría obsequiándome con la mano de alguna viuda rica y desprotegida. Pero tú y yo nos conocemos y nos llevamos bien… con nuestros pequeños problemas, claro. Y pienso que, a pesar de todo, lo nuestro podría funcionar. En realidad, sabes que solo me detenía que fueras pobre y plebeya. Quizá no sería mala idea… ¿qué piensas?

Lo más sorprendente es que Sancho debía de creer que estaba resultando terriblemente convincente. Es curioso cómo todo el mundo piensa que es con el matrimonio y con encontrar al amor de tu vida y todas esas zarandajas cuando se acaban los problemas. Pues es todo lo contrario, guapas y guapos, informo: incluso aunque añadas tierras a la ecuación. Pero me hice la inocente.

-Veremos cómo queda la cosa. A lo mejor la pretendida dote responde más a los buenos deseos de Guillaume que a otra cosa. Pero puedes estar seguro de que si me caso alguna vez, consideraré tu candidatura –aunque lo tenía a mi espalda, sentí su sonrisa de satisfacción: que me fuera esperando sentado. Él comenzó a roncar de inmediato ahora que creía tener asegurado el futuro, como si estuviera abrazándose a un plan de pensiones privado una vez que los asesores del Gobierno pagados por las aseguradoras y los bancos hubieran acabado con cualquier veleidad de devolvernos parte de lo cotizado cuando ya hubiéramos pagado nuestra deuda con la sociedad; yo tardé un poco en caer en brazos de Morfeo: de pronto entendía muchas cosas. Que Blanca no me hubiera matado. Que mi carcelero tuviera órdenes de, dentro de lo que cabía, tratarme bien. Incluso que mis captores hubiese recogido mi caballo y mi escaso equipaje y ahora formara parte de la comitiva.

Quizá, en el fondo, Guillaume, persistiendo en sus embustes, solo había tenido el propósito de salvarme, o al menos facilitarme, la vida (continuará).


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