Revista Insólito

Secundarios de Castilla

Publicado el 23 junio 2022 por Monpalentina @FFroi

En mi atardecer, este extraordinario libro ha hecho que evoque felices recuerdos de mi infancia, pues viví muy unido al Tren Burra y a sus gentes, que me conocían como Julianín. También a las de Villafrades, donde muchos aún me saludan como "Juli, el de Inés la de Andrea y Julián el maquinista".

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Muy completo, exhaustivamente documentado y espléndidamente ilustrado, es un hermoso homenaje al renqueante pequeño tren, envuelto en humo y carbonilla, cargado de vida e ilusiones, que circulaba por Tierra de Campos y finalizó su rutar hace poco más de 50 años. También a los lugares que transitaba. Y servirá a los estudiosos de la Historia para saber y aprender de aquellos años de penurias y hambruna.

Contemplando su portada he recordado la imagen de las estaciones, ahora decrépitas, de los pueblos del recorrido desde Palencia a Palanquinos, Valladolid y Villada, que tanto frecuenté con mi padre en su máquina, su chocolatera, como él cariñosamente la llamaba. Fue testigo en ellas de mucha vida y esperanza, felices encuentros y tristes despedidas.

Y viendo la preciosa contraportada con la foto del inglés, evoco de cuando pasaba el tren mientras chopábamos, en la pradera cercana, con la hinchada vejiga del marrano. Son muchos los recuerdos que se me agolpan al pasar por ese lugar y mi padre me hacía feliz al decirme que tirase del arambre para tocar el pito y avisar que estábamos llegando a Villafrades.

Y si veía a un pastor con su rebaño, siempre me parecía que era el de mi inolvidable tío Marceliano y le pedía a mi madre que abriera la ventanilla para gritarle. Más no me dejaba:

- Dequ´estemos en el pueblo, yastarás con él.

Lo sentía mucho, me embotijaba, me ponía a retalar y hacer muecas.

- ¡Deja de pamplinas. Los rezos pa la iglesia. Va ser igual!

Y sí era él, le recuerdo sentado y comiendo algo de su hatillo con la botija de agua y la bota de vino a su lado, su zurrón, chátaras, marmota con la espina clavada para ahuyentar las tormentas -¡cosas de los pastores de entonces!-, leguis de piel de cordero en las piernas, zamarra y manta de Palencia a cuadros, terciada al hombro sobre su pecho. Y su cayada. A su lado estaban los careas pintojos. Y vigilantes en los extremos del rebaño los mastines, con carrancas en el cuello para defenderse de los posibles lobos.

También sabía, porque los había visto oreándose al sol, que debajo de su ropa llevaba los marianos, calzoncillos de tela gorda, cuerpo entero y pata larga, para aguantar mejor el frío. Mi madre me los ponía en el invierno.

Mucho más me ha evocado esta impagable obra, con tantas referencias a la mía y felicito y agradezco de corazón, a Wifredo Román e Ignacio Martín, tan extraordinario trabajo. Me ha hecho mucho bien el leerlo. También se lo hará a cuantos conocieron y quisieron a nuestro entrañable trenín.

Secundarios  de Castilla

Una historia de Julián González Prieto


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