Revista Opinión

Sedienta

Publicado el 14 agosto 2019 por Carlosgu82

Sentada en la cama, con el cabello sucio y grasiento cubriéndome el rostro y la cuchilla en la mano, me alimento. Observo como la sangre brota de mis venas, no es suficiente, siento los labios secos, la garganta contraída, tengo mucha sed, mis propios fluidos muertos ya no me sacian.

Se abre la puerta y entra él, está exaltado. Yo trato en vano de esconder mi maldición, mi castigo eterno. En realidad ya no importa, es él quien me ha hecho maldita; ha venido a comprobarlo. Me mira. Bajo la cortina de cabello apelmazado mis ojos se encuentran con los tuyos. Hay deseo. Mi mano se cierra con fuerza, noto la hoja afilada abrir mi carne, esa misma hoja que hace un momento me dejaba saborear la triste sombra de lo que fui un día.

Lentamente acerca su mano a mi cara, yo lucho para contenerme, conformándome con mi pobre sustento. Me roza con sus dedos fríos, me alejo, bajo la mirada, muerdo mis propias heridas y trato de complacerme. ¿Qué más da ya? El mal está hecho.

No entiendo porqué, pero me mira compasivo y se sienta complacido junto a mí. Yo me alejo con asco de su cercanía. Es insoportable tenerle tan cerca. Me acurruco contra la pared, trato de aferrarme a los últimos vestigios humanos que aún existen en mí. Él no parece darse cuenta, porque de nuevo intenta tocarme. Una corriente eléctrica se apodera de mi cuerpo; contengo la respiración. Acaricia mis piernas con apenas un roce imperceptible, recorre sin prisa el camino que une mi vientre con mi pecho y mi cuello. Finalmente, su mano se detiene en mi boca. Me siento confusa. ¿Me está ofreciendo su alma?

Mi cuerpo reacciona, sucumbe. Se apodera de mí y con un gemido codicioso salto sobre él para alcanzar su cuello. Mis pupilas se dilatan mientras veo sus ojos inyectados. Su sangre resbala por mis labios. Noto su miedo y también su satisfacción. Esto era lo que él esperaba, por eso ha venido a verme. Le miro decepcionada.

Él aprovecha mi descuido, aprisionándome bajo su cuerpo. Estoy indefensa, mis fuerzas son pocas para vencerle. Intento desesperadamente saborearle una vez más. Lucho por liberarme, por alimentarme, por saciarme de su existencia, por quitárselo todo, por conseguir que su última exhalación dependa de mí.

Caen hasta mis labios gotas que emanan de sus heridas, mientras las mías ya han sanado. Acerca su rostro al mío. No lo suficiente para que pueda devorarle. Y se asoma a sus labios una ligera sonrisa. Está donde quería estar. Me someto esperando una mínima reacción, el más ligero movimiento. Otra gota y mi desesperación aumenta, sigo buscando la manera de comerle.

Se acerca más, puedo oler el hierro de su jugo vital, pierdo el control; me siento perdida. Con un último impulso, logro morder sus labios. El placer es intenso. No acaba. Hay dolor constante y eso me resulta fascinante.

Suelta mis manos. ¿Para qué? No necesito moverme. Disfruto de su cuerpo sobre el mío. Su aliento. Su asombro. Me alimenta. Puedo sentirlo, tocarlo. Está dentro de mí. Hasta la punta de mis dedos.

Dos vástagos de Caín en una fusión de pieles teñidas de rojo a lo largo de la noche que rueda insaciable, mientras el sudor nos limpia la sangre que nos empapa el cuerpo. Podría hacerlo ahora. Podría callarle para siempre. Ser libre. Pero, ¿Para qué? ¿A dónde iría?

Pruebo una vez más su flujo de vida. Disfruto del sabor. Aquí estamos. He tomado su vida y no podrá recuperarla. Él no pide ahora nada a cambio.

Sus ojos casi ciegos aún me miran. Aún se desplaza sosegado dentro de mí. Sí, he tomado su vida. Con un grito dócil dejo mi sangre correr para regalarle con un suspiro mi maldita vida eterna.


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