Tiene el peligro la nueva película de Matteo Garrone de confundirse con ciertos productos europeos con reparto internacional y tufillo barato de a medio cocinar. Casi mirarla de refilón y hacer creer a algún despistado espectador de que se trata de una de esas cintas que aparecen un domingo en la sobremesa mientras haces zapping en la tv y piensas: oh no, coproducción. La amenaza es tangencial, aquí hay algo más, aunque siempre ande en la cuerda floja.
El director de Gomorra y Reality se despoja de su barniz neorrealista y seco para profundizar en el terreno de la fantasía, los cuentos y las fábulas de ensueño. Sin embargo la carga naif que arrastran este tipo de historias de magia y cuentos de hadas, no le impide envilecer el género y aplicar alguna capa de violencia, oscuridad y malestar. Aunque no demasiado. Y este es el problema, lo que podría haber sido una audaz revisión de ese hortera y cándido mundo de leyendas medievales se queda en la superficie, y nunca llega a atreverse con ese camino oscuro que se abre en el bosque que le daría la posibilidad de desenmarañar el reverso grotesco, de terror, putrefacción y pesadillas que encierra cada cuento.
Si pasamos por alto todo esto, la película es disfrutable a algunos otros niveles. Garrone se afana por lo estético, el encuadre perfecto, y lo visual por lo visual (casi en un intento por ser más Sorrentino-style que él mismo). La secuencia de la lucha del rey con la bestia marina es un pequeño islote de belleza, tensión y angustia al que pocas veces más recurrirá la película a lo largo de su estirado metraje. Eso sí, si te pierde este tipo de género, las historias entrecruzadas de estos tres reinos de tierras lejanas pueden tener su interés: reyes chalados, princesas aguerridas, ogros con corazón, brujería, saltimbanquis, hechizos y una pulga. Y aunque el fluir de la narración de los entresijos de estos tres castillos resulte deslavazado, poco compensado y a veces farragoso, es ideal para ver en familia, sin grandes sobresaltos (siempre y cuando no te importe que Salma Hayek devore unas visceras) y sin el riesgo del estereotipo de princesas de color de rosa que solo buscan buen casamiento.