Revista Política

Seguimos hablando de marxismo, aunque no lo parezca

Publicado el 21 septiembre 2010 por Romanas
-La igualdad no es el principio sino el final del camino y, por supuesto, nunca la conseguiremos universalmente, y, además, tendremos que admitir que conviva con algunas grandes fortunas. Lo contrario no sería sino darle la razón a los que afirman que el comunismo es un sistema políticoeconómico que tiene por objeto repartir equitativamente la miseria. El comunismo es un dogma inatacable de nuestro pensamiento político pero no es, no puede serlo de nuestra práctica económica porque eso contradice esencialmente la psicología humana. Si ponemos a colaborar en una gran empresa a miles de personas y les aseguramos que todos, absolutamente todos, van a ganar lo mismo, ¿cuál será el estímulo para la superación personal: la satisfacción moral o la profesional, ser un buen comunista o el mejor ingeniero en el sistema general de la producción? Esto puede servir para la motivación personal de los trabajadores durante un cierto tiempo, pero, al final, el hombre se esfuerza sin descanso sólo para elevar su nivel de vida.-Pero, entonces, ¿Adam Smith tenía razón?-En muchas cosas más de las que hemos venido admitiendo. Es hermosa, insuperablemente admirable una sociedad como la suya, en la que todos, absolutamente todos, son iguales, pero debemos admitir que un sistema semejante conduce indefectiblemente a la pérdida del auténtico estímulo. Un gran atleta o un magnífico escritor pueden sentirse plenamente logrados militando entre los mejores del mundo entre los de su profesión, pero un trabajador sólo puede conseguir sentirse realizado durante algún tiempo, poco, en realidad, siendo solamente uno de los mejores en una cadena de montaje. Un hombre común vive a expensas de aspiraciones comunes: comer cada día mejor, tener un buen techo bajo el que cobijarse con su mujer y los suyos, y, poco a poco, incluso llegar a poseer lo que no es en modo alguno indispensable, buenos televisores, ordenadores, cámaras fotográficas e incluso un automóvil. Está en nuestra propia naturaleza y no es, por tanto, natural negárselo a los que se esfuerzan duramente en nuestros puestos de trabajo. El año pasado, nosotros matriculamos más vehículos particulares, 15 millones, que los Usa. Y creemos sinceramente que por eso no hemos dejado de ser comunistas, todo lo contrario, hemos acercado a 15 millones de nuestros trabajadores un poco más a la felicidad que significa una vida aceptable, hemos destruído en una parte infinitesimal aquella vieja afirmación de que nuestro sistema solo servía para distribuir la miseria, los automóviles no son un signo miserable sino de bienestar. Y, si nos hubiéramos atenido a la norma de que eso rompe la igualdad entre todos los ciudadanos chinos, nunca lo hubiéramos hecho.-Exactamente.-Es una falsa perspectiva de la cuestión. La cuestión no es, en realidad,  esos nuevos 15 millones de ciudadanos chinos que ahora andan como locos, disfrutando de sus vehículos, por nuestras carreteras, sino que, ahora, hay mil cuatrocientos millones de chinos, menos otros 15 millones, o sea 1.385 ciudadanos chinos que saben que es perfectamente posible, si se siguen cumpliendo nuestros planes, que el año próximo haya otros quince millones más de chinos con automóvil y eso les impulsará a trabajar más y mejor en nuestras fábricas, en nuestras oficinas, en nuestras universidades, en nuestros hospitales, no, mi querido señor Castro, ya no estamos repartiendo equitativamente la miseria, no, de ninguna manera, ahora, hemos logrado que se nos reconozca como la segunda economía del mundo y, pronto, muy pronto, hablando en términos históricos, que es como debe pensarse en política, seremos la primera y no tendremos mucha miseria que distribuir sino alguna riqueza. Y, ahora, la blasfemia:  no pensamos que hayamos traicionado, en modo alguno, el ideal de la la igualdad entre todos los ciudadanos no ya de China sino del mundo, porque es al final del camino, y no al principio, cuando hay que intentar que impere la igualdad, queremos repartir igualmente entre todos nuestros ciudadanos lo que tenemos, pero queremos que sea la mayor riqueza del mundo y no la más absoluta pobreza y, para ello, estamos convencidos de que hay que admitir un mínimo de desigualdad inicial, si queremos que nuestra gente se esfuerce en su trabajo y produzca más y mejor que cualesquiera otros ciudadanos del mundo. Es lo que pensamos, señor Castro, perdone si no le doy el tratamiento adecuado  pero es que lo desconozco.-Es igual, señor ministro, no se preocupe.Ésta es parte de la conversación que sostuvo Raúl Castro, actual Presidente de la Republica Cubana, con el ministro de Economía de la  República china, en la visita que hace poco mantuvo el dirigente cubano al segundo país más poderoso del mundo en términos de rigurosa economía y que, según las malas lenguas, tiene algo que ver con las futuras transformaciones que van a producirse en la economía cubana.

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