El domingo pasado fui a dar un paseo por una ruta planificada que decidí cambiar en la primera bifurcación que me encontré. No cambie el destino al que quería llegar pero sí el primer tramo, y la cosa no salió nada bien.
La primavera había hecho que naturaleza creciera a su aire cruzando el sendero que había elegido hasta cerrarlo en muchas ocasiones. Sin embargo, ¡yo me empeñé en seguir adelante!
Volver atrás ha dejado de ser una opción válida, así que, con cuidado, y buscando la forma de contorsionar mi cuerpo para que cupiese por los espacios que habían dejado las escobas y las zarzas fui avanzando. Lo que no esperaba es que el sendero fuera a desaparecer.
De nuevo, elegí seguir avanzar. Esta vez usando el compás interior- mi sentido de la orientación- y con la vista en el lugar al que había planificado ir. Hacía rato que el paseo había dejado de ser un paseo y se había transformado en una aventura con pruebas a superar. Y lo que realmente vi que se estaba poniendo a prueba no era mi sentido de la orientación o mi habilidad y resistencia, sino mi perseverancia y actitud ante las adversidades. Prácticamente cada 5 o 10 minutos me venía la pregunta: ¿sigo o vuelvo para atrás y voy por el camino conocido?
He cambiado muchas veces de ruta y de planes de forma espontánea en mi vida y eso me ha llevado a descubrir y sorprenderme con lo inesperado, a conocer cosas y lugares que nunca hubiera imaginado, así que cada vez la respuesta era la misma: sigue adelante, seguro que encuentras otro hueco por donde avanzar.
La diferencia el domingo pasado era que cada vez el camino resultaba más y más complicado. No parecía que aquello fuera a ir a mejor y el cansancio me volvía más torpe, me rozaban las zarzas que antes sorteaba con agilidad y empezaba a almacenar marcas en mis piernas y brazos. Pero ahora ya no quedaba otra. ¡¡Seguí adelante!!
Después de dos horas (en mi plan inicial por la ruta conocida este tramo hubiera durado sólo 25 minutos) llegué a un claro conocido y decidí seguir adelante, pero esta vez en dirección a casa.
Abrir un camino nuevo requiere más energía que andar un camino ya abierto, te despierta dudas y, en ocasiones, no es nada placentero.
Para mi sorpresa el camino de vuelta no estaba donde yo esperaba encontrarlo y tuve que continuar mi “paseo” por otro camino desconocido. Observé que había dejado de disfrutar y que iba más rápido de lo normal. Solo quería llegar a casa y parar de andar. Había dejado de ser parte del camino. Y entonces recordé las palabras de Antonio Machado:
Caminante, son tus huellas el camino, y nada más;
caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.
Me paré, y elegí avanzar, pero esta vez además: disfrutar, y observar, y apreciar, y oler y saborear….
Y entonces ocurrió, justo antes de llegar a la carretera que me llevaría de vuelta a casa, ¡el camino me obsequió! Sentí como si ese lugar me hubiera estado esperando desde que salí de casa. Como si supiera que yo iba a llegar. Una poza en el río donde lavarme y refrescarme y la sombra de un pino donde tumbarme a descansar y disfrutar.
No llegué a mi destino inicial, pero sí a donde tenía que llegar.