Apenas podía ver sombras borrosas por el ojo izquierdo, la boca se le inundaba de sangre cada vez que intentaba respirar por ella y sus rodillas parecían no soportar los quiebros que su nulo equilibrio le obligaba a hacer. Aun así, había corrido mejor fortuna que su oponente, él, por lo menos, llegaba a casa andando por su propio pie.
La tormenta estaba a punto de descargar toda su furia, el viento entraba violento a través de la ventana y un trozo de tela rasgada y descolorida, que parecía actuar a modo de cortina, se movía agitadamente. El cuerpo de Ryan yacía desnudo en la cama, apenas una ligera sábana le tapaba hasta las nalgas, su brazo derecho estaba colgando del colchón hasta apoyar los nudillos en el suelo donde se podía ver un cenicero repleto de colillas aplastadas, cascos vacíos de cerveza y unas botas con punta de acero ligeramente manchadas de sangre. Empezó a sentir el aire hasta que todos sus capilares se erizaron desde la parte baja de la espalda hasta el cuello, ese escalofrío lo hizo despertarse y desperezarse muy lentamente, abrió el único ojo que no le producía dolor y miró a su alrededor intentando buscar un reloj que lo orientase. Comenzó a dolerle todo el cuerpo y con el ardor de las heridas le venían recuerdos de la batalla que había tenido que librar la noche pasada y sonreía satisfecho. Sintió los labios hinchados y secos por la sangre que se le había agrietado alrededor de la boca, un dolor punzante le salía del costado izquierdo y evitaba que se pudiera incorporar, finalmente se consiguió erguir entre muecas y quejidos y se dirigió al baño. La imagen que lo sorprendió frente al espejo no era la que se esperaba, estaba bastante peor de lo que había imaginado, desde luego, había subestimado a aquel tío de la cresta naranja que lo había estado retando toda la noche. Se dio una buena ducha caliente y se limpió las heridas, tenía una caja con 6 rollos de esparadrapo y otra mayor con apósitos estériles debajo del lavabo. Limpió de sus botas las gotas de sangre y se calzó, buscó entre la ropa que había amontonada en un sillón del salón y se vistió sin mucho tino.
Ryan tenía el pelo castaño claro, ondulado y largo hasta el inicio de la mandíbula y desde esa línea hasta el cuello se podía ver la silueta de la parte baja de su cráneo con total ausencia de pelo, su forma de vestir era bruta y habitualmente monocromática, en cualquier tono oscuro o directamente negro, tenía una manera de andar resuelta y decidida y una postura demasiado erguida, casi chulesca. Su complexión era fuerte, sus hombros anchos y proporcionados caían sobre su pecho definido y firme, las marcas y constantes heridas y cicatrices hacían que la gente lo viera como alguien peligroso, un macarra despreocupado y problemático, sin embargo, los rasgos de su cara decían todo lo contrario, sus grandes ojos verdes de caída triste y melancólica, arropados bajo unas cejas claras y pobladas, sus labios carnosos y simétricos y las líneas naturales de su sonrisa, lo destacaban como alguien en realidad cercano, cálido y tremendamente atractivo.
Llegó con su moto pasadas las cuatro de la tarde a un almacén del muelle donde quedaba casi a diario con sus amigos, era un sitio apartado al pie de la lonja y con las inmejorables vistas de las gaviotas bailando con el mar abierto, se trataba de una hilera de pequeñas naves que utilizan los marineros para guardar sus redes y utensilios y que ellos habían habilitado como centro de reuniones. Habían hecho suyo el espacio y contaban con un par de sacos de boxeo, una barra de dominadas, mancuernas, un billar que descansaba sobre bloques de hormigón, una barra donde tenían una nevera con bebidas y un equipo de música y una zona de salón con unos sofás y una televisión. Ryan Saludó con desgana, cogió una cerveza de la nevera y se tiró en el sofá desplazando a los demás. Charly se acercó a hablar con él.
– Tío, ayer casi te matan.
– Pues aquí estoy, nuevo para la siguiente.
– ¿Nuevo? ¿Pero tú te has visto? Estás hecho un trapo.
– No te preocupes por mí, ¿Cómo acabó el otro, por cierto?
– Bastante peor, lo llevaban al hospital. Debíamos haberte llevado a ti también. ¿No crees que es hora de parar esto? Ya está tío, ya te has divertido y te has probado lo suficiente, deberías dejarlo.
– Necesito la pasta Charly, sino estoy jodido.
– Tú sabrás amigo, pero muerto de nada te vale el dinero.
– Puedo con las peleas, ya lo sabes… ¿Tenéis algo de comer por ahí? – Dijo incorporándose de un salto y arrepintiéndose medio segundo después de que la punzada de su costado se agudizase hasta doblarlo como una alcayata.
– Vamos a ver esa herida, seguro que fue con las puntas de su bota, esa gente no juega limpio.
– Son peleas callejeras Charly, vale todo ¿no?
– No sé cómo te preocupa tan poco…
Charly siempre había sido su mejor amigo, su mejor escolta y mejor confidente, no aprobaba esa nueva manera de conseguir dinero fácil en la que había caído su amigo, pero aun así, estaba a su lado. Lo hizo sacarse la camiseta y le miró la herida, no tenía ni idea de enfermería, ni de hacer una simple cura, pero suponía que el sentido común le haría saber si estaba infectada. Comprobó que seguía sangrando, probablemente por el tirón al levantarse, no parecía infectada pero sí muy profunda y dolorosa, aunque el chico parecía aguantar la inspección apretando los dientes. Pasaron la tarde bebiendo y jugando al billar.
Un coche patrulla aparcaba en la puerta mientras Charly salía a mear, inmediatamente se subió la cremallera y alertó a sus amigos con ademanes y aspavientos, hasta que la pareja de policías se acercaron a él y le preguntaron por Ryan White. Todos se acercaron a la puerta preparados para cualquier cosa. Entonces, el agente le dio una noticia totalmente inesperada, le comunicó que su madre había participado en una reyerta con otras mujeres en plena calle y a la luz del día, había herido de gravedad a una mujer dominicana y se había resistido a la autoridad totalmente fuera de sí, hecho por el cual, había pasado toda la noche en los calabozos. Esa misma mañana, mientras Ryan se recuperaba de sus heridas en cama, su madre había sido declarada culpable en un juicio rápido y era finalmente condenada. Los varios antecedentes penales con los que contaba Christine no habían ayudado a resolver el juicio de otra manera, sin embargo, como padecía un desequilibrio mental, que se agravaba por su adicción al alcohol, pasaría la condena en un centro de desintoxicación, donde sería atendida por especialistas en salud mental. Cuando se iban a meter de nuevo en el coche patrulla, la agente, dio la vuelta hacía él y le tendió la mano con un papel, en ese momento el joven levantó la mirada y reparó en ella por primera vez, tenía la mirada más tierna que recordaba, eso alivió en algo aquel momento agrio. Cogió la nota sin apartar la vista de ella, la mujer lo miraba con condescendencia, mientras a sus manos las unía sólo un trozo de papel, ella posó su mano derecha sobre la suya, suavemente, en un gesto de empatía y compasión a partes iguales, sin saber por qué, ambos sintieron un calambre que les separó las manos abruptamente, se miraban contrariados sin darle una explicación lógica a aquel latigazo. La mujer se dio media vuelta y se fue con su compañero, que rápidamente arrancó el coche, pues había oído una llamada por la radio de la central.
Ryan no sabía muy bien cómo sentirse, no tenía relación con su madre ni la había visto delante desde los 16 años cuando, arrastrando sus problemas de alcoholismo, se fue de casa para no volver nunca, a sus oídos había llegado que vagaba de ciudad en ciudad hasta que todos los bares la conocían y la rechazaban, igual que los hospitales en los que acababa por sus intentos fallidos de quitarse la vida o por que la encontraban tirada entre los setos con serios problemas de embriaguez. Tiempo después, el ejército de los EEUU le comunicó que su padre, soldado de profesión y al que apenas conocía, había muerto en un atentado al sur de Bagdad junto con otros soldados. La casa en la que vivía se la había llevado el banco por falta de pago y él había acabado viviendo en un piso abandonado como ocupa. Miró el papel que tenía entre las manos, estaba la dirección del centro donde se llevarían a su madre, pero él no tenía muy claro qué hacer, en su interior reinaba la culpa, la frustración, la decepción… Sus amigos respetaron la situación y no le hicieron demasiadas preguntas. Se acabó la cerveza de un trago, guardó el papel en el bolsillo de su chaqueta y sin despedirse salió del garaje, cogió su moto y se fue dejando tras de sí un preocupante olor a goma quemada.
Conducía sin pensar, sólo sintiendo la impertinencia del viento contra él y la adrenalina en cada curva, como si eso fuese a hacerle olvidar el amargo momento por el que estaba pasando. Cuando llevaba media hora conduciendo sin rumbo ni destino empezó a pensar en cómo había sido su vida, su infancia, la relación con sus padres antes de que todo quedase devastado por el paso de las malas decisiones, imaginó cómo le hubiera gustado que fuese su vida y en qué punto se encontraba ahora. Por primera vez pensó en un mañana y en cómo no quería que fuese ese mañana, así que giró su muñeca y con cada km/h que aumentaba también aumentaba la rabia, la impotencia y las lágrimas, finalmente, se adueñaron de sus ojos, el viento intentaba llevárselas lejos como las hojas de los árboles en otoño, pero surgían nuevas una y otra vez, hasta que se vio obligado a parar. Se bajó de la moto al borde de un acantilado, cogió la primera piedra que tuvo oportunidad y la lanzó todo lo lejos que sus brazos soportaron mientras gritaba hasta que le dolieron los pulmones, como si el dolor fuera a salir de su cuerpo con cada alarido. Piedra a piedra iba perdiendo el control. Volvió en sí cuando le empezaron a temblar los brazos, se sentó agarrándose las rodillas y con la cabeza entre ellas, se había acostumbrado a no esperar nada de la vida, sin más motivaciones ni inquietudes que despertar cada mañana, porque en el fondo, no se creía merecedor de nada más de lo que recibía. Ese momento lo llevó al punto de inflexión más importante de toda su existencia, no quería que la vida decidiera más por él, quería plantarle cara, tenía treinta años que había tirado a la basura pasando de puntillas por una vida que podía estar repleta de experiencias y de logros. Volvió a subirse a su moto con una nueva visión, de repente parecía verle el color al paisaje y tenía un destino en mente.
En lo alto de la colina se erigía una enorme construcción de color verde claro, rodeada de jardines idílicos propios del Edén, fuentes en cascada, esculturas de setos bien definidas, pasillos de grava que comunicaban los jardines con huertos adornados con las más bellas y floridas plantas de primavera. Aparcó en la parte exterior de una enorme valla de forja plateada, tuvo que dar sus datos al hombre de la entrada que se entretenía haciendo un crucigrama en el interior de su garita. Entró andando, admirando la belleza y la paz que trasmitía aquel lugar, sin embargo, se empezaba a notar nervioso y con cada metro que avanzaba se abría paso en él la inseguridad y el miedo, aun así siguió adelante. Una vez dentro, explicó que venía a ver a Christine Allen, lo condujeron por unos pasillos largos y amplios de color blanco inmaculado, donde las esquinas estaban marcadas por el verde de alguna planta de interior. Las puertas de las estancias que iban quedando a los lados también iban a juego con el color del centro, no había ningún elemento discordante, nada llamativo en aquel lugar. Entró en una habitación igualmente blanca, grande, con una cama metálica y un mesita del mismo material que reinaban la sala, tenía un baño en un lateral casi detrás de la puerta de entrada y unos enormes ventanales que dejaban paso a la luz del sol, que en ese momento, pegaba con fuerza. También había una alfombra de pelo a los pies de una butaca en color crudo en la esquina del ventanal que llamó su atención, era de un rojo intenso y vivo, le apeteció descalzarse e irse a ella. En la cama, de espaldas a la puerta descansaba Christine, sola, en silencio absoluto. Ryan se quedó en la puerta con los sentimientos desnudos mientras la enfermera que había tenido de guía cerraba la puerta delicadamente tras él. Quería decirle que estaba allí, pero las palabras no salían de su boca porque ni siquiera sabía de qué manera llamarla, ni si lo reconocería, de repente se sintió ridículo allí de pie.
– ¿Qué quieres? – preguntó Christine con desgana sin saber la identidad de su visitante.
– Soy Ryan… tu hijo.
Con esfuerzo, la mujer se empezó a girar para verlo, con cara de sorpresa y extrañeza siguió preguntando:
– ¿Por qué estás aquí?
– Me han dicho que tenías problemas y que estarás aquí una larga temporada.
– Supongo que sí – Cogió una botella de agua de la mesita y bebió a morro derramando varias gotas de agua por su barbilla.
– ¿Cómo estás?
– Tengo estado mejor. No hace falta que vengas a verme en estas condiciones.
– Te tengo visto en peores, ahora no te veo tan mal, ¿te están dando medicación?
– Me están dando de todo menos lo que yo necesito – gruñó la señora volviéndose a girar hacia el lado contrario.
– Escúchame mamá, voy a venir a verte cada semana, quiero que vuelvas a tener una vida normal, que superes todos tus problemas y dejes el alcohol. Quizá este sea el mejor sitio en el que puedes estar ahora mismo.
– ¿Desde cuándo te han importado a ti mis problemas?
– El pasado va a haber que dejarlo atrás, no hay nada bueno en él. Descansa, volveré pasados unos días y te traeré algún libro interesante para que puedas pasar tu estancia un poquito más amena.
Ryan se fue sin escuchar despedida alguna por parte de su madre, tampoco esperaba otra cosa, habían pasado muchos años sin verse, intentando enterrar el sentimiento innato de necesitarse. La había visto muy desmejorada respecto a la última vez, su piel estaba arrugada, sin rastro de firmeza, con múltiples arañas vasculares que salpicaban sus mejillas, el pelo frágil, lacio y blanco casi en su totalidad, en general estaba mucho más envejecida de lo que pudiera haberse imaginado. Le dio pena, de todo lo que ambos se habían perdido el uno del otro, de que se hubieran convertido en dos extraños, sintió un nudo en la garganta que le dificultaba tragar, notaba como el calor le iba subiendo a la cara y como se humedecían sus ojos mientras se acercaba a la salida del edificio.
Nada más salir, se fue hacia una de las fuentes y se echó agua en la cara, intentando refrescar sus pensamientos y calmando a los gatos que le arañaban el alma. Se sentó a respirar a un costado de la figura ornamental mientras veía como una mujer entraba en el recinto, portaba una pequeña bolsa de tela con lo que parecían ser libros y llevaba una caja de bombones en la mano, llegó hasta la escalinata que daba al portón principal y llamó al timbre para que la recibieran, en ese momento miró a su alrededor hacia los jardines y Ryan pudo verla mejor, era la chica de la nota, la agente de policía con la que había sentido aquella extraña conexión, pero en ese momento iba vestida de calle, de manera informal. Se fue tras ella, consiguió agarrar la puerta antes de que se cerrase.
– Oye! Hey! ¡Chica! – La mujer se dio la vuelta sorprendida y se vieron por fin las caras.
– Ryan, ¡Has venido, cuánto me alegro! ¿Ya la has visto? ¿Cómo está?
– Espera un momento, ¿Tú qué haces aquí?
– Vengo a ver a Christine y a traerle algo para que se distraiga.
– ¿Te implicas tanto con todos los casos de este tipo? No sé si lo comprendo muy bien, ¿Qué tiene de especial mi madre para ti? ¿La conocías de antes?
– Sí, la conocía. Voy a llevarle esto y vuelvo a bajar, si me esperas paseamos un rato, me gustaría saber de ti.
No tenía intención de quedarse, pero lo cierto es que sus repuestas no le habían quitado del todo la curiosidad así que optó por esperar a la joven. Se sentó en la escalinata, disfrutando de un pequeño descanso de emociones, dejando que el sol que le daba de frente lo inundase de vitamina D y de optimismo vital. Mientras esperaba salió una mujer de mediana edad con una bata blanca a fumar un pitillo e iba desenvolviendo un bombón. Ryan la miraba.
– No me mires así chico, sé que no debería comérmelo pero la señorita Allen es tan simpática y amable que no he podido resistirme – Le dijo con cierta risilla maliciosa como si estuviese cometiendo una imprudencia.
– ¿La… La señorita Allen dice? ¿No se habrá equivocado de apellido?
– ¿Por qué habría de equivocarme? La joven que ha entrado hace un momento es la señorita Mandy Allen, una joven preciosa y con un gran porvenir en el cuerpo de policía, pero no le digas que yo te lo he dicho – Le confesó la mujer con su típica risa de pilluela.
Tuvo que agitar su cabeza para intentar poner en orden la información recibida, aunque seguía sin comprender qué pasaba, ¿Podría ser una casual coincidencia? Los nervios no lo dejaron reposar tranquilo y estuvo subiendo y bajando las escaleras decidido a esperar a Mandy.
Salió del centro con una sonrisa de satisfacción y sin nada en las manos, antes de que pudiera dar un paso hacia el primer escalón de descenso Ryan la abordó.
– ¿Mandy Allen? Dime, por favor, que es una casualidad… – Le inquirió con cierto tono de desesperación.
La cara de la joven mudó a un rictus de sorpresa y desconcierto, optó por seguir bajando las escaleras y alejarse mientras pretendía hallar las palabras que pudieran sosegar la curiosidad de Ryan. Éste la siguió como si de su sombra se tratase. Finalmente Mandy se paró en mitad del camino empedrado, giró hacia un trozo de césped bajo la sombra de un enorme Sauce y se sentó allí con resignación. Su compañero hizo lo mismo sin dejar de mirarla atentamente, analizaba cada rasgo de su cara, cada facción, cada posición de las cejas, intentando descifrar el enigma, pero su impulsividad lo hizo adelantarse.
– ¡No puedes ser su hermana, es imposible! ¿Cuántos años tienes?
– Tranquilo… deja que te cuente la historia porque tiene miga.
– Bien, tengo todo el tiempo del mundo, empieza.
– Cuando tú tenías apenas 5 años, en unas de las misiones de tu padre, Christine empezó a frecuentar los bares y comenzó a coquetear con el alcohol, no soportaba la sensación de abandono que le producía la poca atención que su marido le podía dar. Un día conoció a Jerry, un asiduo de esos lugares y de las noches de alterne de la ciudad que le enseñó su manera de soportar las penas, creándose un mundo paralelo bañado en whisky y en sexo sin control. – El muchacho atendía estupefacto, sin mover un músculo de su cara permanecía con la boca entreabierta y las cejas arqueadas – Christine se dio cuenta, poco después, que el encuentro con aquel hombre había sido un error pero había sido demasiado tarde, estaba embarazada. Asustada fue a intentar hablar de nuevo con él y contarle la situación, lo único que encontró fue desprecio y se quedó, de nuevo, tirada y sola. Incapaz de cuidar de ti con toda la atención que tú te merecías, pensó que lo mejor era ocultar su embarazo al mundo, probablemente era demasiado débil, incluso, para decidir abortar. Siete meses después y con muchos problemas nací yo, en vista de que no tenía apellidos paternos que ponerme me puso los suyos, pero me llevó lejos de su vida y de tu círculo, hasta Nashville, allí encontró una familia desesperada por concebir un hijo a la que la naturaleza le había puesto más trabas de lo normal y estuvieron encantados de acogerme, aceptando de dónde venía y respetando mis apellidos. Tuve suerte, me crié en una familia unida y feliz, ellos me dieron todo lo que un niño necesita para crecer y afrontar la vida. Cuando cumplí la mayoría de edad mis padres me contaron de qué manera había llegado a sus vidas e intenté buscar a esa señora a la que tan poco importante le había parecido como para deshacerse de mí, y di con ella tirada en una cuneta de la autopista, completamente borracha y medio desnuda, probablemente venía de hacer la calle, quién sabe. Desde ese momento, y gracias a lo que después ha sido mi trabajo, he podido mantenerme en contacto con ella y la he intentado ayudar en todo lo que he podido, ella no me recuerda como su hija, por lo menos no antes de empezar el tratamiento que le están dando, ahora volverá a ser ella y a recordar su vida. Yo sólo quiero que sepa que la perdono, que de alguna manera la entiendo y que quiero seguir formando parte de su vida y de la tuya, Ryan.
El chico necesitó unos minutos de reposo mental, se recostó en el tronco del Sauce y con la mirada perdida al frente intentó darle sentido a todo. Su vida no sólo había sido un desastre absoluto sino que ahora resultaba que le era completamente desconocida y eso le daba un poco de vértigo. Sin embargo, la nobleza de esa mujer, por la que corría la misma sangre que por sus venas, le daba la esperanza a una conciliación con su madre, con su pasado, que hasta ahora nunca había visto posible. La vida parecía brindarle una segunda oportunidad. Mandy se levantó y le tendió la mano, él se la cogió con fuerza y se levantó con tal impulso que sus cuerpos chocaron y sus brazos se rodearon, fundiéndose en un profundo abrazo lleno de sentimiento y emociones. Ambos se prometieron sacar adelante a su madre y convertirse, de una vez, en una familia.
Tres años más tarde…
Llevaba un delicado chaqué de color antracita con gemelos lapislázuli, chaleco gris claro, camisa blanca y corbata en color azulón, perfectamente perfumado y engominado con un peinado clásico de raya lateral y tupé abultado. Su vida había cambiado 360 grados. Ryan, caminaba lentamente, orgulloso, con un movimiento acompasado y totalmente compenetrado con Mandy que caminaba a su lado, firmemente agarrada del brazo de su hermano. Sonreían nerviosos mientras alzaban la vista hacia toda la gente, amigos y familiares allí congregados. Al final del pasillo, en la primera bancada podían ver a su madre, con un vestido muy elegante de gasa y vuelo en color malva y una pamela floreada que recogía su pelo de suaves ondas rubias, sus ojos brillaban más que cualquier joya. Llegados al final del recorrido, Ryan deja, delicadamente, a su hermana al lado del hombre con quien parecía haber elegido pasar el resto de su vida. Habían estado ensayando ese momento durante más de tres meses, no podía fallar nada, al fin y al cabo, para su familia, ese acontecimiento era algo más que un simple boda, era la constatación de que una vida mejor había sido posible, era la prueba de que todo lo malo lo habían conseguido dejar atrás y habían sabido remontar sus vidas, permaneciendo unidos.