La vida está llena de segundas oportunidades que, a menudo, son sólo segundas decepciones que superan por mucho a las primeras. Con el valor añadido del tiempo y las ganas que imprimimos en demostrarnos que, en la primera ocasión, nos equivocamos nosotros también, aunque no. La nostalgia, la compasión, la duda son casi siempre argumentos desacertados para seguir avanzando. El exceso de memoria, un atropello que nos afinca en el engaño de lo que pudo ser y no fue. Tenía razón Faulkner al afirmar que "uno nunca se cura de su pasado". Pero es mucho peor no curarse del presente cuando lo anterior se ha intentado reparar dos veces sin conseguirlo. Hay que continuar resolviendo los días, sin miedos, sin anestesia, descreyendo de todo para poder seguir creyendo en lo que aún importa. Si no queremos que nuestro futuro se convierta en una decepción constante instalada en nuestro pasado.
Así y todo, los continuos desengaños acaban pasando factura. Y, si en las relaciones personales la confianza empieza a ser un bien escaso, en el terreno político, supone un imposible. Nadie confía en nadie. Los ciudadanos ya no confían en los políticos y en que éstos vayan a hacer en esta ocasión lo que prometieron que harían la anterior. Los políticos ya no confían en los votantes y, por eso, nos obligarán a votar una segunda vez como si no lo hubiéramos hecho bien a la primera. Los partidos no confían en sus líderes, ni los líderes confían en sus partidos o en los de otros. Y así las reacciones son a razón de las circunstancias.
A Mariano lo veo como cobarde, con el arrojo que ha demostrado este hombre siempre. Evitando comparecencias, declinando invitaciones al sillón presidencial, pasando de repetir. Los de Iglesias siguen jugando al despiste, llamando la atención a filas con artificios de la talla de una coleta, un boli bic, la camisa remangada, el niño de la Bescansa y las rastas en el congreso. Pedro Sánchez, demasiado ocupado en sentirse el amo del gallinero, no se da cuenta de que el propio partido se le desmiga por el camino. Y los otros Ciudadanos, los que se escriben con mayúscula, tratando de mediar en donde no puede haber centro. Todos con los ojos puestos en el hemiciclo, en el ombligo de la política, y dándonos la espalda de nuevo. Porque las oportunidades llegan casi siempre para que no reparemos en ellas. Cuando, si se molestaran por una vez en pensar en quién les ha regalado la ocasión de estar donde se encuentran y en la razón de que estén allí, ya tendríamos Gobierno.
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