Tras la DUII (la Declaración Unilateral Ilegal de Independencia), por parte de las fuerzas separatistas, he escrito un tuit preguntándome en voz alta sobre las diferencias entre el 23-F y el 27-O. Me lo he preguntado, estimados lectores, porque ambos acontecimientos son primos hermanos del concepto "golpe de Estado". Entiéndase por éste, según la comunidad politológica, a la toma de poder político, de modo violento y repentino, vulnerando la legitimidad institucional del Estado. A lo largo de la historia, líderes como Teodoro Obiang, Yoweri Museveni, Idriss Déby, entre otros, han asumido el poder mediante un golpe de Estado. En España se produjo un intento de golpe de Estado fallido el 23 de febrero de 1981. Un golpe - y disculpen por la redundancia - liderado por Antonio Tejero. Aquella "puñalada trapera" a nuestra débil democracia fue denunciada con firmeza por el ex rey don Juan Carlos y por Margaret Thatcher, Primera Ministra del Reino Unido. Estados Unidos, por su parte, se mantuvo neutral con respecto a nuestro problema. Tanto es así que Alexander Haig, Secretario de Estado norteamericano, dijo: "el asalto al Congreso de los Diputados es un asunto interno de los Españoles". "El Vaticano - en palabras de Santiago Carrillo - también sabía lo que iba a pasar" y, sin embargo, no se pronunció hasta el día después del golpe.
Esta mirada atrás por el retrovisor de la historia, nos ayuda a analizar lo ocurrido en Catalunya. Nos ayuda a comparar los apoyos que tuvo España antes y ahora. Y nos ayuda a dilucidar si lo ocurrido en el Parlament merece el calificativo de golpe, o no. A diferencia del 23-F, el 27-O no es la consecuencia de un acto súbito y violento sino el efecto de un acto gradual y, según algunos, "pacífico", en cuanto a su articulación política. La DUII ha sido la materialización de la desconexión puesta en marcha desde que los separatistas obtuvieron mayoría en el Parlament. Desde aquel "maldito" instante, España ha ido "desangrándose" por la herida abierta en la "frontera". Una herida que, según parte de la crítica, no ha recibido los cuidados paliativos para evitar la hemorragia. Así las cosas, lo ocurrido hoy en el Parlament no se puede calificar de golpe de Estado sino de un pulso entre un discurso pseudodemocrático y el ordenamiento jurídico. Discurso pseudodemocrático, queridísimos lectores, porque los catalanes han edificado un concepto de democracia ajustado a sus intereses. Un discurso donde el libertinaje ha eclipsado a la libertad. Toda una retórica de la postverdad que al final ha contribuido a que se crean su mentira. Si la DUII fuera verdad, si el resto de España se la creyera, sería cuando el "corralito"; y otros efectos colaterales pondrían en jaque a la Comunidad Internacional.
Tanto el 23-F como el 27-O pasarán a la historia por ser asaltos contra la legitimidad del Estado. Ambos asaltos pretenden, de una manera u otra, dinamitar las reglas de juego. Ambos utilizaron sus armas - el 23-F, las pistolas y el 27-O, la propaganda política - para cambiar la configuración del Estado. Y a ese cambio - rupturista - se le conoce - en términos históricos - como revolución. Ambos acontecimientos guardan paralelismos con la revolución francesa, inglesa y bolchevique. Todas las revoluciones trajeron consigo inestabilidad política, división social y penurias económicas. El 27-O, sea o no un golpe de Estado, se le puede etiquetar como de revolución catalana. Una revolución ilegal - como lo fueron todas las anteriores - y con consecuencias más negativas que positivas para el orden interno. Ante este caballo de Troya que se aloja en nuestros intramuros es necesario pedir auxilio institucional. Auxilio, queridísimos lectores, para evitar que Catalunya haga su "guerrilla" y que, el enfrentamiento parlamentario se traduzca en una batalla campal entre hermanos. No olvidemos que la convocatoria de elecciones, anunciada por Rajoy, corre el riesgo de legitimar y aumentar, todavía más, la mayoría separatista; algo nefasto para el unionismo. Esperemos que el 27-O pase a la historia como pasó el 23-F. Que pase a la historia, como les digo, como un segundo intento fallido de asalto democrático.