El truco es empezar las cosas como si fueran a durar para siempre, me digo. Así comencé a escribir un blog, un primero de enero de dos mil siete. El truco es deshacerse de lo agotado antes de que te devore, argumento. Pulso el botón que va a borrar todo lo que publiqué y que en cinco años se acumuló como esos archivos de oficina sin etiquetas ni destino. Ahora la pantalla es una gran hoja en blanco.
A diferencia de la lectura, que es infinita, la escritura tiene forma de parábola, pienso. Afuera es un veintiséis de julio cualquiera y todavía hay sol y gente paseando por la calle. De la puerta del mercado central salen camiones cargados de personas y frutas.
Aquél fue un verano como pocos, así inicia una de mis novelas favoritas. Siempre admiré la seductora sobriedad de esa frase. Escribir debería ser así de sencillo, me convenzo, y empiezo a escribir algo.