Se acomodó como pudo, entre los renglones de letras picudas. Su amo no se había apercibido de su ausencia. La pequeñez de su cuerpo, se dejó abrigar por el caldo pegajoso de la tinta. Dormía mucho, aunque aquel día se había amodorrado, cautivado por aquella pasión desconocida para él: la lectura. Al fin y al cabo, tan solo era un homúnculo. No conocía nada de sí mismo, y su sabiduría parecía emerger de su propio y enigmático interior. Cuando su amo, sin querer, continuando con su tarea, empujó con la pluma el cuerpecillo diminuto, el homúnculo se ahogó en aquel mar de tinta inesperado, cayendo en el foso de la historia. Al comprender el infortunio, el amo intentó sacarlo de la narración. Pero ya no hubo manera: se había convertido en un mito.
Javier Bocadulce Carrero