A propósito de lo que comenté en el post anterior, se me ha ocurrido dedicarle un segundo pensamiento a la publicidad que está triunfando en los últimos tiempos dedicada a activar la fibra sensible que, salvo algún bruto que otro, todos llevamos dentro. Me refiero a anuncios como el de la Lotería de Navidad de este año, en el que un hombre desolado porque no compró el número premiado teniéndolo tan a mano descubre no solo que sí que había un décimo para él, sino a un verdadero amigo en el colega del bar de la esquina, evidentemente, como no podía ser de otra manera en ese derroche de tópicos patrios. A ver, no hay que bajar la guardia crítica ni una milésima de milímetro o de milisegundo, sea como sea que se mida la actitud cuestionante, no se distraigan de que es un anuncio para vender lo anunciado, es decir, lotería en vísperas del sorteo más participado del año en este país. Porque a nadie se le ocurre no comprar el número del trabajo y que luego le toque a toda la peña y se vayan a vivir a algún destino paradisíaco de palmeras y cocoteros, previo envío del jefe a ese lugar a donde se suele enviar a los jefes, o el del equipo de fútbol, el de la parroquia o, por supuesto, el del bar donde se cafetea cada mañana, ¡a quién se le ocurre! Cómo negarse a comprar un número que te ofrecen, ¿y si luego toca? Así hasta la ruina, porque para que toque seguro habría que comprar de todos los números, sé que hay gente que lo intenta. Y si no, siempre nos quedará la salud, que no está mal. Como si salud, dinero y amor fueran cosas del azar, además de incompatibles, si se tiene de uno, no se tiene de la otra porque sería mucha suerte. Yo les recomendaría que apostaran en juegos más seguros como el trabajo (y no es excusa estar en el paro porque sin trabajo no se puede dejar de estarlo, hay que trabajar para encontrarlo o crearlo), el amor y el compromiso con la salud, y no dejaran los asuntos importantes en manos del azar porque además de mentira, es bastante inconveniente.
Otro anuncio interesante en este sentido secundario es el de Ikea con esos niños que escriben dos cartas, una con los regalos que les piden a los Reyes Magos y otra con lo que desearían de sus padres, esta última toda una alegoría a la necesidad de amor en forma de tiempo compartido. Pues bien, como creo que ya está todo dicho en cuanto a que los padres deben pasar todo el tiempo posible con sus hijos en aras de que estos crezcan saludables y equilibrados, esta vez me voy a colocar del otro lado, del de los padres culpabilizados por el presunto abandono de sus hijos en guarderías y colegios. Conozco a más de una madre trabajadora, y digo madre porque de los padres se espera que sean los mantenedores del hogar, que vive con una verdadera angustia culposa la separación diaria de su hijo, y valga decir que no importa mucho la edad del niño, como una mala madre que no cuida a su hijo debidamente, nada que ver a la dedicación con que su madre cuidó de ella. Anuncios como este calan en el inconsciente colectivo para reforzar este tipo de sentimientos sin que quede cabida para reflexionar en que los niños del siglo XXI han venido al mundo en una sociedad que ha cambiado respecto a la anterior, como debe ser, si no, cómo íbamos a evolucionar. Los niños de este siglo deben integrarse en una sociedad en que habitualmente los dos padres trabajan, vivan o no juntos, porque la sociedad se ha desarrollado así, la mayoría de las veces porque lo necesitan para poder pagar los gastos de la familia. Afortunadamente la mujer se ha ido incorporando al mercado laboral en igualdad de condiciones que el hombre, aunque todavía quede trabajo por hacer en este sentido, porque muchas mujeres quieren desarrollarse no solo como madres, sino también como profesionales. Lo que habría que considerar es el avance en políticas de conciliación familiar y laboral para madres y padres con hijos pequeños, de forma que el planteamiento no fuera elegir entre ser buena madre o buena profesional, sino que se pudiera ser buena en las dos cosas sin sentirse culpable y sin exigencias de mujer diez. Y menciono más a las madres que a los padres en primer lugar por razones biológicas, son las madres las que dan de mamar a los hijos, y en segundo lugar por el condicionamiento social todavía no tan trasnochado, y bastante cavernícola por otra parte ya que viene del hombre prehistórico, de que el padre es el que trabaja fuera y la madre la que cuida a los niños. Los niños, como sus padres, también tienen que adaptarse a la época que les ha tocado vivir, sanamente, como todas las adaptaciones evolutivas, no es necesario caer en la neurosis.
Entonces, adelante, no se queden con el contenido aparente de estas muestras de sensibilidad impostada, fíjense también en otras muchas que campan en la ancha red de la virtualidad. No se dejen engañar por el contenido manifiesto y búsquenle un segundo pensamiento.