La seguridad se ha instalado como la prioridad número uno de nuestras vidas. Ya no queremos ser felices, queremos estar seguros. Con el terrorismo minando la delgada franja que separa la privacidad de la locura colectiva, vemos cómo cada atentado pretende decirnos que todos, en nuestra soledad, estamos igual de expuestos frente al terror. La desaparición del campo de batalla es la estrategia y el desconcierto su consecuencia inmediata. Todos queremos saber por qué, repentinamente, nos hemos convertido en objetivos militares. Esta desapacible sensación va inundando todos los ámbitos de nuestra vida y la inseguridad se transforma en deseo de saber porque en el conocimiento encontramos cierto sosiego.
Echando un vistazo a la prensa en apenas treinta segundos, la brutalidad pasa por mi cabeza con una normalidad pasmosa. Atentado en Kabul, mueren ochenta personas; el año pasado murieron 2.671 civiles en Bagdad; aparecen fosas comunes del genocidio cometido por el ISIS contra los yazidíes. Es tal el exceso de información que no nos detenemos sobre ninguna atrocidad porque en seguida es sepultada por la siguiente. Pasaremos a la historia no como la generación más sangrienta sino como la más indiferente al dolor ajeno. En esta sobreabundancia de datos que nadie quiere comprender y de los que todos quieren alardear, sobrevuela la ilusión de pensar que bajo el paraguas de la información estamos más seguros.
Antes construíamos certezas que al menos nos servían para ir tirando; ahora parece que todo está inventado, sabido y estudiado, un auténtico peligro porque realmente seguimos sin saber nada en absoluto acerca de aquello que es realmente importante. Hemos dado un salto sin asimilar las bases que produjeron dicho salto. Hemos aprendido a hacer raíces cuadradas sin saber sumar ni restar. Ese es el precio que pagamos por acceder a cualquier contenido a cambio de nada.
Dice Harari en su libro Sapiens que los cambios a lo largo de la historia han estado motivados por contradicciones, de tal modo que hoy nos enfrentamos a una contradicción que viene engordando desde el siglo XVIII, libertad frente a igualdad. Yo creo que aplicando el microscopio a nuestro tiempo y nuestra sociedad la contradicción bien podría ser entre información e ignorancia.
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