Está ahí escondida la muy cabrona, esperando aparecer cuando menos te lo esperas y por los motivos más tontos. No te libras de ella si eres muy bueno y tampoco si acabas de llegar. Cambia con tu cara, con el movimiento de tus pies, con tu grado y hasta con la época del año. Y como uno de mis compañeros (¡hola Jose!) que nos lee habitualmente, lleva un ratito escribiendo sobre la suya, se me ocurrió pensar sobre la mía (las mías) y esto es lo que ha salido:
1. Esto de la frustración no puede ser bueno porque es muy poco Zen. Pues no será Zen, pero es muy humano. Ha sido estudiada en profundidad por los psicólogos y por expertos en otros ámbitos muy serios. Es una respuesta natural a los obstáculos, y parte del proceso de superación consiste en saber trabajar con ella. No mejoramos sólo por cómo movemos los pies o las muñecas, sino también por cómo superamos nuestros límites.
O puedes pasarte al bricolaje…
2. Pero si tengo frustración es porque soy un soberbio que no acepto mis límites. Resulta curioso que nos pasemos la vida repitiendo que el kendo no va de ser el mejor, o que la competición no lo es todo, para luego competir constantemente con nosotros mismos. Y encima vamos y perdemos.
Aquí es cuando la frustración se puede volver patológica y hay que tener cuidado con ella. Personas con tendencia a la depresión o la ansiedad la manejan mal, porque la frustración se manifiesta ON FIRE en procesos de bajón emocional. “Soy un mierdas”, o el equivalente de soy un soberbio, soy poco Zen.
Las personas muy emocionales estamos más expuestas que otras a la frustración, pero eso tan sólo es un trabajo más. Como el que es muy bajito, o muy alto, o está gordo. Su trabajo será individual y diferenciado. Si crees que puedes tener un problema de ansiedad, o lo pasas demasiado mal cuando vas a entrenar, habla con alguien. Con un compañero de confianza (si llevas un rato en esto ya tienes el tuyo). O ve al médico. Si no crees que la cosa haya llegado a tanto, piensa qué límites exactamente no aceptas, porque personalmente, mis límites cambian con cada entrenamiento y a veces hasta con cada keiko. Algunos días el límite lo supero simplemente con no huir. Otros con terminar una clase especialmente mala.
3. Ya, bueno, pero es que no es tan sencillo: yo tengo un OBJETIVO. ¿En serio? ¡Yo también! Y este de arriba del Zen, y el otro, y el novato aquel que empezó ayer y viene con chándal. La frustración de la campeona de Europa Individual que quiere repetir puesto será mayor que la mía, o quizá no. Será diferente, eso sí. Hay psicólogos deportivos especializados para trabajarla. Pero todos tenemos algo en común a la hora de lidiar con las frustraciones: nos joden la vida. Las frustraciones nos impiden avanzar, no importa a qué altura del camino estemos.
Mira si no lo que dice el novato:
4. ¿Pero qué hago yo aquí? Pues yo qué sé, no soy una atleta, no lo he sido nunca. Como me decían mis vecinas pequeñas: ¿por qué haces esto si no ganas? No hay respuesta para eso. Hago kendo y iaido porque es lo que me gusta hacer, o quizá precisamente porque no necesito demostrar nada al hacerlo. No necesito ser buena para querer hacerlo lo mejor posible.
5. A lo mejor una retirada a tiempo es una victoria… Depende de por qué te retires. Para prevenir una lesión o evitar hacerte daño, a lo mejor. Para que la cabeza descanse, también. Pero igual que con la lesión irás a tu médico, a tu fisio, o al Mercadona a por una ensaladilla congelada, si crees que la cabeza empieza a sufrir más de lo normal no basta con “dejarlo un tiempo”. Tienes que poner remedio.
6. Quizá esto, después de todo, no es para mí. Contra la opinión general, creo que la única condición para practicar kendo es que te guste. Creo firmemente que cualquiera, cualquiera puede. Con mayor o menor fortuna, gracia, estilo o esfuerzo. Puede Henry Smalls, podían estos señores, podemos los que escribimos aquí. Porque lo que nos deja turulatos del kendo es la exposición, la desnudez mental completa a la que nos somete: no estamos indefensos ante la espada del tipo de enfrente, sino ante nuestras propias neurosis. Puede que quitarse el bogu nos haga sentirnos un poco menos desnudos, pero no nos protege de demonios que viven también en la calle, en casa, en las reuniones con el jefe, con las amistades de tu pareja o el imbécil de tu cuñao al que pagarías para no tener que ver en Navidad. Dejarás el kendo, pero ellos no te dejarán a ti.
Ayer, comenzando el borrador de este post, leía a Carmen Pacheco reflexionar sobre por qué Karate Kid nos ha jodido la vida. El esfuerzo no siempre lleva garantizada una recompensa. No, al menos, una recompensa que venga de fuera. Esto no es más que un blog: hay más pensamientos sobre la frustración, tantos como budokas. Y en este caso, el mal de muchos sí puede ser un consuelo: no estás solo.