Revista Cultura y Ocio

Seis Rostros: Viernes

Publicado el 28 agosto 2015 por Gica

Seis Rostros: Viernes

Decisiones, decisiones, decisiones. Han sido treinta y dos largos años de profesión, y cada vez, cada día que pasa, son más y más difíciles las decisiones a tomar. A veces alguien debe morir. A veces debe vivir.

Max ejerce como jefe de cirugía general en el Holy Glory South Hospital de Portland, y pertenece a la segunda generación de médicos de la familia Mendes, que continúa con su hijo Malcom y su sobrina Brigilda, neurocirujano y pediatra respectivamente en el mismo centro. El abuelo de ambos, Theodor Mendes, tuvo en los años 80 el reconocimiento por parte de especialistas de varios estados como reputado cirujano cardíaco, una sombra de la cual todos sus descendientes desearían escapar, aunque no puedan. El apellido Mendes conlleva ésa responsabilidad, así como la gestión parcial de un hospital problemático en donde la práctica en conciencia de la medicina y la voluntad de ayudar a la personas entran en continuo conflicto con los ajustes de presupuesto y la rendición de cuentas ante los accionistas y socios, quienes esperan que el Portland Glory sea un centro de referencia interestatal al tiempo que una máquina de hacer dinero. Por suerte, el equipo humano reunido alrededor de la carismática personalidad del doctor Mendes logra siempre salir del paso, ya sea en el ambiente esterilizado de un quirófano o en la mesa de juntas de la planta alta.

Tres meses atrás, las cosas se pusieron un poco más difíciles para el buen doctor. La paciente sobre la mesa de operaciones se llamaba Gery Dempsey. Tenía una grave complicación cerebral debido a la falta de riego por una grave e inexplicable exanguinación, pero eso era "lo de menos": se trataba del cuarto miembro de su familia en caer víctima de la misma dolencia en una semana, el primero en llegar a tiempo al hospital para tratar de salvar su vida. Durante la operación, que se había retrasado hasta entrada la noche, se presentó un hombre que insistía en llevársela de allí. Tras convencer inexplicablemente a los celadores de que le facilitasen el acceso a la zona de quirófanos, el doctor Mendes se interpuso entre él y la puerta de aquél donde trataban de salvar la vida de la joven. El hombre sonrió con malicia e hizo ademán de golpearlo, pero las luces comenzaron a parpadear y una fuerza desconocida lo arrojó contra la pared. Se levantó con mayor rapidez de lo que una persona podría hacerlo jamás y gruñó enseñándole unos afilados colmillos. El buen doctor observó a ésa criatura, por primera vez viéndola como lo que era: un cadáver animado por una antinatural sed de sangre. Pero no terminaron allí las sorpresas. Entre la bestia y él comenzó a formarse una silueta fantasmal, a la luz parpadeante de los fluorescentes, algo que no tenía otra explicación mas que ser un espíritu, el de alguien que había conocido: Richard Dempsey, el padre de la paciente que a su espalda se debatía entre la vida y la muerte. Fue entonces cuando Max escuchó aquella voz: Juzga por ti mismo.

El cadáver se lanzó hacia adelante, y el espíritu gritó. Una ráfaga de viento arrolló el pasillo, desprendiendo cristales y cuadros, que cayeron con estrépito al suelo. Uno de ellos traqueteó a los pies del doctor, quien lo cogió con decisión, igual que empuñaba el escalpelo cuando llegaba el momento de operar. Y ése era el momento de operar. Para extirpar un cáncer del mundo. Su rápido movimiento pilló a la criatura desprevenida, y hundió su cabeza, salpicando sangre alrededor. Cuando éste cayó al suelo, Maxwell volvió la vista atrás y vio al espíritu sonreír agradecido mientras se desvanecía en el aire. En unos instantes la luz dejó de parpadear, y fue todo lo que el doctor necesitó para hacer una nueva composición de lugar. Entró en el quirófano, donde el equipo había conseguido finalizar la operación capeando la falta de electricidad, y pidió ayuda para atender al un hombre al que se le había caído encima una pesada luminaria del pasillo. No pudieron hacer nada por él, obviamente. De hecho, por alguna razón desconocida parecía llevar muerto bastantes días. Resultó ser un vecino de los Dempsey.

Tras el incidente, hubo problemas con el seguro y, de nuevo, con los accionistas. Tras éste último enfrentamiento, y a la vista de que quizá necesitará tener una "base" desde la que operar para investigar lo ocurrido, está comenzando a sopesar, junto con varios miembros del equipo de cirujanos, comprar el hospital. Si finalmente acaba haciéndolo, tiene decidido que lo bautizará de nuevo como Mendes Dempsey Memorial Hospital.

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