"...Nuevamente le invadió la misma sensación que le azorara tanto en su camerino. Un intruso merodeando de manera furtiva por sus dominios privados. La casa donde había vivido Selene Moon recientemente estaba impecable, impoluta, todo limpio, diáfano y ordenado. Colores claros, luminosidad, orden y elegancia como para enmarcar la imagen central de una publicación sobre decoración de interiores. Ornamentos ralos, rácanos, dispersos con simetría, escasos, para que la energía fluyese sin obstáculos. Cortinas blancas con cisnes y lilas tejidos en hilo gris, mobiliario amarillo desvaído, cojines del color de la nieve combinados con sillas, mesas y mantelería rosa pálido. En las estanterías, en vez de discos, cintas de música libros o enciclopedias, había una cantidad modesta de álbumes de fotos. En las paredes, algunos retratos de Selene, fotografías junto a gente tan sonriente como ella. Tembló involuntariamente cuando descubrió a su musa junto a un hombre rubio, alto y fuerte de aspecto amenazador. Boshkov, sin duda. Aparecía en muchas otras fotografías y su actitud en ellas, abrazado a Selene o muy posesivo, constataba aquel hecho ya irrefutable. El temible Dimitri Boshkov, por fin le ponía cara. La vivienda era de catálogo, un lugar para dormir y descansar, nada más. Todo impecable, nada fuera de su sitio, parecía una parada de paso, no un lugar donde uno atesoravivencias importantes y recuerdos. Aséptico y neutral, frío y desapacible, nada transmitía sensación de verdadero hogar. Orlando lo escudriñó todo con rendida devoción. La cocina americana parecía recién instalada de lo pulquérrima que estaba y el cuarto de baño, pequeño, coqueto, exhalaba idéntico aura. Colonias caras, perfumes parisinos y cremas hidratantes de marcas que se pronunciaban en francés. Llegó hasta el dormitorio. La cama, amplia, cómoda, estaba perfectamente hecha, sin una sola arruga. En las paredes, más fotos de Selene como para un maratón de autorretratos, como si su rostro fuese la cosa más importante del universo y todo lo demás fuese subalterno. El odioso Dimitri volvió a colarse en aquel reino sagrado junto a Selene como si fuera un tumor maligno.Regresó al dulce rostro de su amada, pero en aquellas fotos parecía un ser egoísta y fatuo. No le gustó descubrir tanta frivolidad superficial. Eso menoscababa la idea que tenía de ella como diosa entre los mortales, asequible y cercana. Frente a la cama había un armario ropero enorme de doble puerta corredera. Lo abrió con mohín de culpabilidad. En su interior, una ingente cantidad de vestidos elegantes, ropa de marcas caras, complementos idóneos para asistir a cenas de gala, lujo, ostentación, zapatos de fiesta, trajes de diseño exclusivo. En los cajones, tres, casi ocultos tras las ropas colgantes, más fotografías de Selene que mostraban a una mujer orgullosa de su belleza, vanidosa, presuntuosa y embebida de sí misma. No le gustó esta versión de su musa, alejada de la modestia, mucho más rayana a la soberbia. Fotografías a puñados de autorretratos con toda suerte de vestimentas, mostraban a una mujer que se regodeaba de su belleza y que sentía una atracción patológica por exhibirse y contemplar una y otra vez su reflejo en el espejo. Los dos últimos cajones contenían su ropa interior. Orlando los cerró de inmediato, ruborizado y excitado a la vez. Lencería fina, ligueros, picardías, sujetadores y bragas para ocasiones especiales, todo caro, todo de diseño. Conmocionado se alejó del armario y se sentó en un sillón de color ocre en el salón, junto a la ventana y un teléfono de góndola azul cerúleo. Reparó en unas revistas de moda y espectáculos que había en la bandeja inferior de una mesa de cristal. Al lado de las mismas había una agenda de teléfonos.Orlando la tomó entre sus manos como si hubiese descubierto una piedra preciosa de valor incalculable y se la guardó. Fue a buscar una bolsa de basura a la cocina, o una bolsa del tipo que fuera. Encontró varias bajo el fregadero, perfectamente plegadas.Dentro metió la agenda y dos álbumes de fotos que cogió de las estanterías en el salón. Echó un último vistazo a ese piso desangelado que no parecía un hogar real y sintió la urgente necesidad de salir por la puerta sin mirar atrás. Por mucho que las paredes, con todas sus fotografías, le indicasen que Selene Moon había vivido allí, no encontró nada que le hiciese reconocer a la chica con quien había acudido a la fiesta en el hotel Artrip.
Cerró dando un ligero portazo, algo decepcionado, mareado, conturbado por la insondable soledad de ese trasunto fraudulento de vivienda habitada. En el descansillo no tardó ni media fracción de segundo en aparecer la chismosa del cabello prendido con rulos de colores..."