Revista Cultura y Ocio
Yo no sé si Joaquín Piqueras es un poeta rápido o lento a la hora de escribir. Tampoco sé si busca sus temas y su inspiración o si, por el contrario, permanece a la expectativa para cuando ellos y ella decidan presentarse. Pero hay algo que, como lector, sí me parece evidente: que es un poeta que pertenece al mundo. Es decir, que no se ha encerrado en ningún palacio de cristal, ni se esconde de las realidades inmediatas, candentes a la hora de redactar sus versos. El entorno, alborotado de músicas y ruidos, irrumpe en sus páginas para que el escritor lo registre y lo convierta en material literario. Y gracias a esa condición porosa, en Selfies de un hombre invisible (Canalla Ediciones, 2020) nos encontramos con las bellezas y con las miserias, con la ilusión y con el desencanto, con la sonrisa y con las lágrimas: terribles poemas sobre la violencia de género (“Canción de amor a dos manos”); contundentes sonetos contra la expropiación inmisericorde de hogares (“Desahucio”); poemas de raigambre homérica (“Amar a Nadie”); divertidos juegos de intertextualidad, teñidos de erotismo (“Enseñar a los clásicos”); y hasta zumbonas composiciones satíricas donde nos encontramos al célebre general Custer, derrotado en Little Big Corn por unos indios (“centauros del destierro”) a los que el autor, sardónico, no duda en calificar de “perroflautas”.A la vez, alternando con esos poemas de mayor extensión, Joaquín Piqueras nos va regalando haikus delicadísimos, que tienen la virtud de ralentizar la mirada y hasta el pulso cardíaco de los lectores. No creo bromear al escribir esa frase. El poeta ha sabido pulir en ellos un ritmo íntimo insuperable, majestuoso, que quizá quede bien reflejado (aunque no resumido) en dos ejemplos: “Como pirómanos, / sabemos prender fuego / a nuestros sueños”. “Torpe asesino / el tiempo, que deja huellas / por todas partes”.Que nadie dude en sumergirse en este libro: es un hermoso trabajo, del que se sale emocionado y agradecido como lector.