EL RESPLANDOR (THE SHINING, 1980)
MI MARIDO ME PEGA
Sitges nos ha traído la versión americana de este clásico del terror, donde se incluyen 29 minutos de metraje que hasta ahora permanecían inéditos en Europa, lo que es una buena excusa para reencontrarse con esta obra maestra de Stanley Kubrick. El ambiente de un festival como el de Sitges convierte a una película tan representativa como esta, por muy de terror que sea, en comedia. Risas, vítores y aplausos, se produjeron durante la proyección, los más sonados cuando Jack Torrance espetaba frases del calibre de “¡Aquí está Johnny!” o “No voy a hacerte daño, sólo voy a aplastarte los sesos”. La histriónica interpretación de Jack Nicholson es probablemente lo que peor ha envejecido del filme, lo que en el contexto adecuado la puede hacer risible. Shelley Duvall, en cambio, en versión original y despegada del pésimo doblaje que todos odiamos, crea un frágil personaje que, con sus matices ridículos y su total ausencia de carisma, resulta más verosímil.
EL TIEMPO EN SUS MANOS (THE TIME MACHINE, 1960)
MIRANDO EL RELOJ
H. G. Wells, George Pal, una máquina del tiempo con forma de trineo, Weena y los Morlocks, qué ganas tenía de ver como lucía en pantalla grande toda la imaginería visual de esta fantasía victoriana, y es que debo confesar que siempre he sentido debilidad por esta trepidante aventura temporal, pero lo cierto es que la proyección en Sitges me dejó bastante frío. La copia no era de muy buena calidad y aunque los divertidos errores de apreciación y la ingenuidad formal de una obra de estas características esbozaron alguna sonrisa entre los espectadores, parecía que todos los allí presentes no hacíamos más que matar el tiempo.
LEGEND OF THE FIST: THE RETURN OF CHEN ZHEN (JING MO FUNG WAN: CHEN ZHEN, 2010)
Y SI NO ES EN PEKÍN, ES EN POKÓN
Producción hongkonesa a mayor gloria de Chen Zhen, un famoso personaje de ficción que Bruce Lee se encargó de consagrar con la emblemática Furia Oriental (1972). El filme es un ostentoso pastiche que copia sin demasiado pudor los códigos genéricos del cine negro con trasfondo bélico, añadiendo, eso sí, unas hostias como panes. Los japoneses hacen el papel de nazis y Shanghái de capital europea, mientras los occidentales somos tratados de cobardes y vendidos, con el mismo alegre nepotismo del que tantas veces se ha acusado al cine de acción estadounidense, solo que en este contexto parece algo más original y divertido. La película funciona básicamente cuando Donnie Yen empieza a repartir mandobles a diestro y siniestro, pero la incursión del melodrama roza lo cursi e incluso desvirtúa ciertos instantes donde el cine de artes marciales debería campar a sus anchas, y eso es difícilmente perdonable.