G. Grass y E. Galeano
Ha sido una semana extraña, no sólo por esa climatología en la que se han sucedido días de calor luminoso con jornadas barridas por el viento y las lluvias, sino también por las pérdidas irreparables que han acabado por hundirnos en el desamparo y la lamentación. Ha sido la semana en la que han desaparecido escritores cuyos libros influyeron en toda una generación de lectores en los últimos 50 años. El tambor de hojalata y Las venas abiertas de América Latina son dos obras que en cualquier biblioteca doméstica figurarán como estandartes de la mejor literatura del siglo pasado y del compromiso de sus autores con los problemas morales, sociales y políticos que supieron abordar en ellas.Günter Grass y Eduardo Galeano aprovecharon esta semana para escaparse al lugar que les corresponde en el Olimpo de los grandes intérpretes literarios de su tiempo, hartos quizás de una época en la que los días ilustrados se ven frecuentemente oscurecidos por las nubes más negras del fanatismo, la intolerancia y la injusticia que ellos estaban cansados de denunciar en sus páginas. Ni la historia de Óscar, relato épico sobre el nazismo, ni el ensayo sobre el colonialismo económico que es causa de desigualdades en los países subdesarrollados de Sudamérica, aliviarán la sensación de abandono que la muerte de estos grandes escritores nos produce al dejarnos huérfanos de referencias, tanto literarias como éticas.
Y para que la sensación de derrumbe sea absoluta, también enmudece esta semana la voz que nos facilitó apretujarnos, en los primeros escarceos de los guateques, con el cuerpo deseado y esquivo de la muchacha a la que susurrábamos al oído las estrofas más tiernas de la canción por la que eternamente será recordado Percy Sledge: When a man loves a woman. Demasiadas pérdidas en una semana infausta.