Revista Cine
No me gustan las procesiones, y por supuesto respeto a todo aquel que las vive con sinceridad y fervor.Me pone de muy mal humor intentar conducir por una ciudad en Semana Santa, con los policías municipales haciéndome variar mi ruta, mandándome al quinto pino, porque va a pasar un trono. Las aglomeraciones y empujones me hacen desear una vida de ermitaño (sólo durante estas fechas), y son el motivo por el que dejé de asistir a concierto de pop-rock (para estar en las gradas, mejor no voy).Pero la Semana Santa es para mí otra cosa. Tampoco las imágenes de los tronos me conmueven (puede ser un problema de falta de sensibilidad, o de formación artística). Siempre me pregunto qué hace la Guardia Civil desfilando, o las bandas de música con uniformes napoleónicos (algunos demasiado grandes), que casan tan mal con los peinados CR7 de los jóvenes, o los maquillajes Rita Pavone de ellas.La Semana Santa es otra cosa.Los romanos son auténticos. Como legiones de castigo mandadas a guardar el Muro de Adriano en la inhóspita Bretaña, suelen ser los infantes verdaderos patibularios, que marchan cansados al son de los tambores. Los cascos les bailan sobre la cabeza y los penachos ¡ay los penachos! Suena el redoble.Yo vivo otra Semana Santa.Los costaleros suben con un impulso que estremece su pesada carga. Me pregunto cuántos de ellos piensan en Cristo o en su Madre fuera de estas fechas. Y no digo que sea hipocresía, ojo, sino más bien un arrebato de un par de güevos, que podría transportar y bailar, lo mismo a San Juan, que a un pesado becerro dorado o a la Reina de las Fallas.Esta no es mi Semana Santa.Las señoras y señoritas con mantilla llevan un rosario en la mano y, algunas, lucen piernas con la misma falda negra que se ponen un Viernes por la noche. Labios púrpura, rimel, abundante colorete y sombra de ojos. Pero hacen penitencia: la de llevar unos tacones que les hacen terminar con los pies molidos. ¿Es esto la Semana Santa?Un muchacho me decía el otro día que él se toma en serio lo de su Cofradía, preparar los tronos y salir de costalero en dos procesiones; yo lo creí. Y me dijo que cuando llevaba el trono, agotado, con un hombro prácticamente entumecido por el dolor, reflexionaba sobre su vida y sobre cómo ser mejor. Ya le diré algo al respecto, porque ésa sí es mi Semana Santa. No sólo el elemento artístico de las tallas del XVII o del XVIII; no sólo el fervor popular o las terrazas de los bares llenos con el buen tiempo; y desde luego, no el lucimiento de algunos y algunas. Semana Santa es conmemorar la Pasión, Muerte humillante y Resurrección de un Hombre que es Dios, abrumado por el horror de todas las abominaciones (grandes o pequeñas) de los hombres (incluidas las mías, por supesto), para redimirnos ante el Creador, en un acto de Amor sin pedir a cambio nada más que nuestra entrega libre, consciente y total en el sitio que nos haya tocado en suerte.