Aquel hombre, de semblante serio y mirada perdida, reaccionó por un momento.
Sus preocupaciones habían bloqueado su capacidad de percibir.
Pero aquella carcajada, profunda, sonora, hizo que volviese por un instante en sí.
Contempló detenidamente aquella escena que tenía frente a sus ojos.
Le fascinó la vitalidad que desprendía. El desenfado. La capacidad de sentir.
Olvidó por un momento todos aquellos pensamientos que hasta hace un segundo ocupaban por completo su tiempo y su mente.
Observó aquel baile de movimientos armoniosos que tenía frente a él.
Aquel optimismo, que casi sin pretenderlo, envolvía todo.
Y sin darse cuenta, despegó los labios.
– Perdone. ¿Podría decirme su nombre?
Se acercó sigilosamente y pudo apreciar su cara. Su mirada. Su esencia.
Se sintió raramente reconfortado por una sensación algo extraña y placentera a la vez.
Y no pudo evitar decirse que aquella cara le resultaba conocida.
No podía definir con exactitud de qué o de cuándo.
Aquella figura se acercó aún más, cálida y pausadamente hasta susurrarle en el oído.
– Niñez, es mi nombre.
Rafa Pérez Herrero.