Hace algunos meses hemos podido viajar al pasado reciente de los pueblos de Castilla, meternos en el interior de sus casas y disfrutar allí del fuego del hogar, de los amigos, del trabajo... Eran otros tiempos, diferentes de los actuales; en opinión de Gonzalo Ortega, su autor, "no mejores ni peores; simplemente distintos".
Homenaje indudable a su infancia en Cubillas de Cerrato, y reflejo de la gratitud y nostalgia con que recuerda sus años infantiles, el libro se compone de un centenar de capítulos, semblanzas publicadas anteriormente en "Diario Palentino" en su sección Solana, que intentan ayudar a los mayores a recordar, y muestran ante los jóvenes una vida que ya no existe. "Envueltas en un lenguaje lírico con toques de humor e ironía", Gonzalo Ortega pretende reflejar un tiempo que fue frontera entre la vida tradicional (heredera casi del medievo), y los comienzos de la modernidad. Son estampas autobiográficas de infancia de pueblo, recuerdos felices en que observamos una documentada información de los procesos más complejos. Toda una ciencia, pero natural, elaborada con las manos; una ciencia y una vida que sabían a palabras que hoy están en desuso como "convivir", "compartir", "disfrutar hablando", "vivir la naturaleza"... Hay un recuerdo emocionado de los atrios (la mejor solana del pueblo), los poyos (en los que se pasaban horas de absoluto relajo hasta que se inventaron las aceras de hormigón, la televisión y el yo me lo guiso yo me lo como, con lo que se quitaron los poyos, se cerraron las puertas, y las calles se quedaron en silencios de añoranzas...), los soportales (allí las horas iban muriendo húmedas y lentas), las tertulias, las bodegas, la barbería...
Recuerdo nostálgico de tilos y de acacias, de visillos que eran un poco rejilla de confesionario, de la fragua a cuyo arrimo se acunaban rumores y se intercambiaban decires y fazañas, de la figura del pastor como un dios pobre en la absoluta soledad del campo, de los leñadores que al llegar el otoño se iban al monte y llenaban sus carros de ramas verdes... El autor revive también con gusto especial aquellos deliciosos dulces que veía preparar con afán en casa: las rosquillas, las hojuelas, "los dulces de baúl", que eran los de Pascua, el olor de las castañas asadas... Sabor a ruralismo cálido, entrañable, cercano y pretérito a la vez, este libro nos deja al leerlo una sonrisa teñida de nostalgia...