Me refiero a una nación en donde seamos capaces de tolerarnos y construir sin violencia, sin terrorismo y sin impunidad. De avanzar de esta manera, podríamos llegar a construir un escenario de una paz sostenible en la que les heredemos a las futuras generaciones una nación más próspera, más equitativa, más incluyente, más justa y más competitiva.
Pero dicho escenario, además de requerir una justicia adecuada, necesita volver de nuevo la mirada y la atención al sector del agro colombiano. Por muchos años dicho sector ha sido la cenicienta del sistema productivo y hoy en él abundan la marginalidad, la pobreza y el muy escaso acceso a las oportunidades. Cuando por ejemplo revisamos las cifras del costo del denominado “posconflicto”, lo que más pesa en ellas es sin duda el programa de reconstrucción rural y especialmente en zonas de alto conflicto. La pregunta que surge es cómo podemos contribuir los colombianos a este camino, y la mejor respuesta es aprender de buenas prácticas que en el país llevan varios años en marcha, para acompañarlas o para diseñar programas similares.
Todos los fines de semana se reúnen grupos de más de 50 profesores de colegios de distintas regiones afectadas por la violencia del país, en un aula de clase universitaria bogotana. En dicha clase, Anicela, una de los profesores, tiene la oportunidad de aprender de ingenieros de alimentos sobre la producción de alimentos (lácteos) que hacen uso de las ventajas competitivas de su región (Montelíbano, Córdoba). Cada semana, muchos estudiantes universitarios bogotanos acompañan a Anicela y los demás profesores a sus regiones y replican el mismo aprendizaje durante toda la semana con los alumnos de sus respectivos colegios en las regiones de Colombia. Así lo hace Anicela en el Liceo Técnico Aprender de Montelíbano. Los jóvenes de estos colegios aprenden la teoría y la práctica de la producción de dichos alimentos u otros productos del campo, y adicionalmente reciben programas de capacitación en liderazgo, en alfabetización para sus padres y en asuntos que fortalecen su grupo familiar.
Lo anterior viene sucediendo por 13 años en el proyecto “Sembrar Paz”, de la Institución Universitaria Uniagraria, y ello ha permitido diplomar en programas de varios semestres a más de 25.000 jóvenes de la media técnica de colegios de muchas regiones del país (más de 12 departamentos de Colombia).
De forma similar, todos los días de esta semana, cerca de 60 jóvenes talentos de distintas regiones que han sufrido con el conflicto, viven como estudiantes universitarios residentes en los Llanos Orientales y se educan como ingenieros agronómicos en la sede Utopía de la Universidad de La Salle. Allí estas personas construyen su proyecto de vida, fortalecen su talento para impulsar a su regreso de los estudios profesionales el desarrollo agrícola y pecuario de su región, aprenden de emprendimiento y se preparan en un nuevo liderazgo para la paz. Este modelo ha formado profesionalmente por cinco años a más de 350 jóvenes campesinos en más de 35 municipios y 13 departamentos de Colombia.
Ejemplos como los anteriores demuestran que en el escenario de posacuerdos, los protagonistas de este nuevo momento somos todos los actores de la sociedad civil, de quienes se espera mucho de creatividad, compromiso y responsabilidad por construir esa paz estable y duradera con mejor talento humano, con educación y con justicia social.
Como decía Pablo VI, “La justicia es el nuevo nombre de la paz”, y la justicia arranca necesariamente sembrando paz entre nuestros jóvenes campesinos y dándole vida a la utopía de que sí es posible formar el mejor talento humano para transformar competitivamente un sector que históricamente ha sido olvidado pero que puede ser la mina de nuestro nuevo modelo de crecimiento económico.
Viendo esto, creo que no es una utopía sembrar paz.
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