En estos días de permanente convulsión (y, en demasiadas ocasiones intoxicación) informativa, todo aquello relacionado con las mujeres pasa bastante desapercibido.
El terremoto reciente en Afganistán ha puesto de nuevo sobre la mesa la situación en que están dejando los talibanes a las mujeres. No reciben ayuda. No son auxiliadas como los hombres o los niños varones. La mermada sanidad no las atiende y, por tanto, indefectiblemente, mueren.
Son tratadas peor que a los animales a los cuales, por lo menos, dan de comer y de beber para seguir explotándolos. A las mujeres las alimentan de las sobras de lo que han comido los varones de la familia, sean estos niños o adultos.
La única función que se les reconoce es la de ser esclavas sexuales que se pueden comprar y vender al antojo de sus “dueños” y la de gestar para seguir con las estirpes familiares y realizar todas las tareas domésticas, pero sin salir de casa.
Para salir de casa han de ir acompañadas por un varón de la familia y siempre recluidas bajo el asfixiante burka. No pueden hablar puesto que su voz molesta. Al andar no han de hacer ruido porque también molesta. Y así una larga serie de atrocidades que en estos mismos momentos se están cometiendo con ellas en Afganistán. Recomiendo la lectura del libro “Yo seré la última” de Nadia Murad como ejemplo de las condiciones de vida a las que son sometidas.
Bueno, en estos momentos, las atrocidades son mayores, puesto que como consecuencia del terremoto su situación seguro que ha empeorado.
Tampoco puedo dejar de pensar en las mujeres palestinas en general, pero en especial las mujeres de Gaza. Doblemente o incluso triplemente discriminadas por su condición de mujeres, de palestinas y, en este momento, además de refugiadas y verdaderas parias de la tierra.
Con su política de traer muchos hijos al mundo para seguir combatiendo, Hamás las “obliga” a estar en permanente situación de “disponibles” sexualmente para los varones y así engendrar más hijos para seguir con la lucha contra Israel, al precio que sea. Incluso pagando el precio de vidas inocentes de los niños.
Son ya más de dieciocho mil niñas y niños asesinados por balas o por hambre por parte del genocida Netanyahu en la franja de Gaza.
Hace unos años y después de haber vivido una experiencia traumática en Cisjordania, nos explicaron que una de las armas más mortíferes que utiliza Israel era la de asesinar a criaturas, puesto que cuando asesinaban a una de ellas, era como asesinar o mutilar a toda la familia.
Los cuerpos de las mujeres como armas de guerra siempre y en cualquier momento. Como cuerpos para gestar nuevos soldados que serán asesinados por los adversarios en las contiendas bélicas. Como cuerpos para parar ofensivas del enemigo, utilizadas como barreras humanas. Como forma de humillar al enemigo violándolas y engendrando hijos de los enemigos para conseguir que sus familias las repudien y, al tiempo, fomentando limpiezas étnicas que se nutren de los cuerpos femeninos.
Las violencias con las que se ceban los varones con las mujeres en todos los conflictos no conocen fronteras y, en algunos casos después de asesinarlas, han violado sus cuerpos.
Y ya, si hablamos de mujeres lesbianas, la crudeza con las que son tratadas en algunos lugares del planeta es escalofriante. Incluso peor que la muerte. En este caso recomiendo el libro “Yo no quería ser madre” de Trifonia Melibea.
Hay literatura que ilustra lo que digo. Literatura dura de leer y de asumir que tal grado de violencia pueda ser real, pero desgraciadamente para las mujeres, lo es.
Afortunadamente, también es cierto que el movimiento feminista mundial, también va avanzando y consiguiendo derecho para las mujeres o denunciando prácticas como las descritas o la mutilación genital que, al parecer, va reduciéndose en algunos lugares del mundo.
Nuestra obligación como mujeres y como feministas es seguir denunciando y actuando contra estas prácticas que prácticamente nos reducen a ser vasijas gestantes y madres permanentes por los deseos de los varones.
Ben cordialment,
Teresa
