Revista Cultura y Ocio
SEMILLA GLACIAL (FROSTY SEED)
..."La asió entre las pinzas con sumo primor y la depositó en un tubo de ensayo. Le temblaban las manos ligeramente y las sienes bombeaban como calderas de gas a punto de estallar. Estaba mareado y la visión esculpía escenarios grises que tornaban los colores blancos del laboratorio subterráneo en brumas cenicientas que se hubiesen impregnado de sucio polvo estelar. Náuseas, vértigo y claustrofobia eran otros síntomas de la exposición a la semilla glacial que Karen había encontrado en el interior efervescente del meteorito que había caído junto a las laderas del volcán Kijpinych en Kamchatka. Ahora estaba muerta, como el resto. Markus trató de desterrar aquellos pensamientos de la mente: el cuerpo de Karen, flexible y generoso en curvaturas, estaba cubierto de pústulas de color bilioso, las manos de Fred, Harold y Arnold, descarnadas, revelando hueso y cartílagos que se habían convertido en una masa gelatinosa hedionda, como si hubiesen sido sumergidos en una fuente ácida corrosiva. La semilla glacial, observó Markus a través de la lente microscópica, tenía un tallo gramíneo de color rosa, cilíndrico, frágil, nudoso de apenas 8 centímetros. Algo en su núcleo interno lograba mantener una temperatura invariable de 20 grados bajo cero. El cuerpo central de la propia semilla poseía una textura oleosa, resbaladiza, quebradiza como los filamentos de un junco. Se apartó un instante del recipiente, como si temiera que las paredes vidriosas de la probeta fueran una barrera inane contra el portentoso radio de acción de la ignota semilla espacial. Azorado por las circunstancias volvió a examinar su traje NBQ por trigésima o cuadragésima vez, frenético y mucho más aterrado de lo que habría consentido en admitir. No había fisuras ni desgarros. El inicial momento de positiva euforia se la arrancó del pecho la cruda realidad de los hechos: Karen y el resto de la brigada científica habían perecido de una manera atroz hacía cuatro días. Sus trajes NBQ habían resultado tan ineficaces como porosas gasas de algodón. Markus no quería derrapar ahora en las cunetas de la desolación.
Cuatro días. Sus primeros síntomas habían comenzado la semana pasada. Buena señal, pensó, sentándose un instante en un taburete frente a un caótico escritorio repleto de documentos e informes: "mi sistema inmunológico té lo está poniendo difícil" soltó una carcajada mordaz y lúgubre frente a un espejo circular que mostraba a un hombre de mediana edad y cabello ralo y gris, extremadamente enteco y pálido. Tenía barba de tres días y su rostro alargado parecía el de un hombre extenuado que hubiese pasado varias noches seguidas en vela. Sus ojos, pequeños y profundos, eran tan oscuros como las manchas con forma de barca bajo los párpados hinchados. La imagen frente al espejorevelaba una certeza sin final feliz. Su sistema inmunológico estaba perdiendo la batalla lentamente frente a la devastadora incursión enemiga de los efectos letales de la semilla glacial. Markus se sobresaltó. Algo le había rozado el hombro derecho. Dio un respingo tan potente que se cayó del taburete. Su mano derecha, accidentalmente, golpeó la mesa donde estaba la probeta. Desde el suelo la vio caer, como quien observa aterrado el impacto de un avión sobre las colinas de una montaña. Extendió las manos, aterrado. Su grito de pánico aplacó el sonido del vidrio al chocar contra el suelo. La semilla glacial quedó allí tendida, a poco menos de dos metros de su cabeza. Pero el terror que sentía en ese instante no podía equipararse con el que provenía de otro descubrimiento posterior: el traje se había desgarrado a la altura de la manga derecha. En ese instante supo lo que debía hacer, pues era difícil no inferir que moriría en cuestión de minutos. No esperaría a que la muerte viniese a recoger sus pedazos: ésta tendría que acudir a su encuentro.
Markus recobró la calma y apiló en una mochila víveres y provisiones para sobrevivir a las extremas condiciones invernales de la Rusia profunda. Probablemente perecería ahí afuera, era tan consciente de ello como de que si permanecía en el interior del laboratorio no volvería a ver jamás el rostro pecoso de Mandy, su preciosa hija, ni el de Bárbara, su esposa. El recuerdo de ambas, las imaginaba jugando y riendo frente a la casa de dos plantas que tenían en Dalkey, al sur de Dublín, le dio fuerzas para arrostrar lasinsoportables condiciones invernales de Kamchatka que pondrían en jaque su instinto de supervivencia. Abrió la puerta de código alfa numérico después de tres intentos fallidos. Comenzaba a verlo todo borroso. Debía darse prisa. Echó un último vistazo hacia la puerta sellada a cal y canto donde quedarían "momificados" los cuerpos degradados de la partida científica que había hallado la muerte de la forma más horrenda. Antes de abrazar su destino quiso dedicarles unas palabras litúrgicas, una letanía de consuelo y agradecimiento, nostalgia y cariño, antes de que la muerte viniese a reclamar su alma perdida..."