Mientras los grandes artistas de finales del XVIII se dedicaban a recrear un mundo bucólico y abarrotado siguiendo la moda rococó, una mujer, Marguerite Gérard, se dedicó a pintar bellas escenas sencillas de la alta sociedad de París.
Cuñada y alumna de Fragonard
Marguerite Gérard nació en Grasse, en la Provenza, el 28 de enero de 1761 en el seno de una familia burguesa acomodada. Su padre, Claude Gérard, era fabricante de perfumes. Tenía poco más de 8 años cuando la pequeña Marguerite se trasladó a vivir a París con su hermana Marie-Anne y el marido de ésta, el famoso pintor rococó Jean-Honoré Fragonard.
Marguerite no había recibido una educación formal pero pronto supo aprovechar la oportunidad de tener en su propia familia a un pintor de la talla de su cuñado. Fragonard se convirtió en su profesor con el que empezó a colaborar en su taller con tan sólo 14 años.
El rococó más intimista
Cuando el recargado estilo rococó estaba empezando a dar sus últimos coletazos, Marguerite, convertida en pintora profesional y exhibiendo sus obras en los principales salones de París, se decantó por un estilo sencillo, no recargado. Sus lienzos plasmaron la vida de la burguesía y la aristocracia parisina llegando incluso a pintar para el mismísimo Napoleón Bonaparte.
Marguerite Gérard se dedicó en cuerpo y alma a su obra pictórica, manteniéndose soltera para no perder su independencia.
Al final de su carrera como pintora empezó a recibir críticas por la repetición de sus temáticas. Pero cuando las críticas desaparecieron, sus cuadros permanecieron como el reflejo del pincel de una gran artista.
Marguerite Gérard moría en su retiro de París el 18 de mayo de 1837.