Revista Viajes

Senda del icona

Por Javieragra

Se cielo se mide en estrellas esta madrugada de febrero cuando aparcamos en Canto Cochino de la Pedriza para comenzar nuestra marcha esta mañana. Descendemos la suave pendiente hasta el puente sobre el río Manzanares y yo recuerdo a Julio Cesar y el Rubicón. El Manzanares será nuestro Rubicón esta mañana, después solamente podremos ir hacia adelante aunque nosotros tenemos la casi certeza de que regresaremos al punto de partida después de una fatigosa e ilusionada marcha.

SENDA DEL ICONA

El Río Manzanares es un baile de agua y rocas a su paso por la Pedriza.

En la encrucijada inicial decidimos comenzar a subir por nuestra izquierda para hacer una ruta circular comenzando por el quebradizo sendero hacia el Collado Cabrón, entre las aves que despiertan con algarabía festiva como si quisieran animar a los montañeros en su andadura. Un grupo de cabras montesas observan nuestra marcha desde unas rocas, son las manadas que abundaron antaño y hoy vuelven a verse nuevamente las que dan tan sonoro nombre a este collado en el que descansamos unos minutos después de numerosas curvas ladera arriba.

SENDA DEL ICONA

Collado Cabrón. Nombre topónimo de los machos cabríos y las manadas de cabras que abundaron en la zona y que de nuevo regresan en abundancia.

El agua suena en riachuelos esta mañana de febrero cuando ya el sol ha decidido apoderarse del pinar y las encinas con su cálido abrazo. El Collado Cabrón es otra encrucijada de senderos…alguna vez en la entraña de la Pedriza recuerdo aquellos jóvenes años en los que estudiaba los enlaces químicos en las moléculas se comunicaban unas con otras a través de senderos para formar un conglomerado de vida y novedad; siempre me fascinó la creatividad de la química.

Los montañeros nos decidimos por la Senda del Icona que asciende entre rocas de sencillo paso, entre pinos y pequeñas encinas, entre piornos y pájaros sonoros, entre peñascos que sobresalen en la altura de las cuerdas de la Pedriza y entre sombras de tupida vegetación; la lentitud del montañero permite admirar la grandeza de la naturaleza, la inmensidad de lo diminuto, la vida entera entregada en un soplo de viento, la eternidad vivida en el instante.

SENDA DEL ICONA

Sobre estas elevadas rocas nos sentamos a comer la fruta y el queso.

Llegados al punto más elevado de la Senda, comemos el queso sentados entre peñascos mientras admiramos el brillante roquedo del Puente Poyos, Las Torres, numerosas formas rocosas de curioso nombre que llevan siglos de sueños y canciones en la Pedriza esperando la visita de los montañeros que aquí llegamos entre el sudor y el sosiego.

SENDA DEL ICONA

En la ruta nos detenemos en diferentes miradores. Este nos asoma a la Cuerda de Las Milaneras, ya en el tramo del descenso pasado Cuatro Caminos.

Descendemos en busca de los Cuatro Caminos. A nuestra izquierda descubrimos el sendero que se desvía hasta el Puente Poyos, primero, y después el sendero que llega hasta la Majada de Quila. El silencio es aquí como la música de piano de César Franck (Lieja 1822 – París 1890) melodiosa y de finos contrastes, silencio donde escuchamos nuestras pisadas en el suelo endurecido por la resistente helada, el musitar del aire entre las ramas de diferentes árboles, el entrecruzado canto de variedad de aves…

SENDA DEL ICONA

Desde el aparcamiento una mirada hacia las altas cumbres de la Pedriza.

Cuatro Caminos también permite elección para el regreso de los montañeros. Esta mañana de sol y brisa elegimos la más directa senda que en pindio descenso nos dejará después de una hora en la explanada frente al refugio Giner donde las arizónicas ponen venas al suelo con sus rugosas raíces saliendo entre la tierra y adornando el sendero de figuras curvas. Los arroyos se van uniendo unos a otros hasta verter sus aguas comunes al Manzanares de sonoro nombre y musical agua este mediodía de febrero cuando apenas despuntan las yemas en sus brotes nuevos.

Javier Agra.

 

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