Alguna cosa más de Los senderos del mar. Las playas son un invento del siglo XIX, hasta bien entrada
la centuria eran territorios de trabajo, espacios sucios y malolientes frecuentados por pobres pescadores (pobres) recolectores de algas. Para los románticos, aquellos pueblos miserables de las
orillas alimentaban su nostalgia de imaginarios habitantes ancestrales. Los buenos salvajes rusonianos frente al horror de la modernidad. Hay mucho de eso en la mitomanía celta de gallegos, sajones, normandos y vascos, por ejemplos. Pueblos del mar que cuadraban bien con el estereotipo en el que los auténticos pobladores quedaban reducidos al papel de
simples figurantes. El buen salvaje era
el habitante de la orilla que vive de lo que lo naturaleza le proporciona a
través del mar, su madre nutricia a la que todos hemos de volver.
Alguna cosa más, en el XIX se pusieron de moda en la monarquía de los Hasburgo, los spa, salutem
per aquam. Esa relación del agua con la salud, con la gente tomando baños de olas, 30 eran consideradas suficientes por los médicos, nos dice Belmonte. En realidad, la gente no iba
por prácticas acuáticas, sino por la intensa vida social que se desarrollaba con la excusa de la salud.
Por cierto, y para supremacistas, durante el Imperio
romano la costa vasca formaba parte de la vía Maris, una ruta marítima que
recorría el golfo de Vizcaya desde La Coruña. Esas bobadas de no haber sido romanizados se consolidaron durante el romanticismo sin demasiada base científica.