Revista Cultura y Ocio

Senectud, de italo svevo

Por Elircourt
SENECTUD, DE ITALO SVEVO
Una vez que murió Italo Svevo, James Joyce asumió la tarea de que se tradujera y circulara su obra. Silenciados anteriormente la mayor parte de sus libros, no parece extraño que Italo Svevo tomara la decisión de abstenerse de escribir para siempre. No obstante, con el tiempo retomó la escritura. Así expresó su silencio durante esos largos años:
Me resigné ante aquel juicio tan unánime (no existe unanimidad más perfecta que la del silencio), y durante 25 años me abstuve de escribir.
Fue tras la publicación de su libro Senectud cuando se dio esa perfecta unanimidad del silencio por parte de la crítica y del ámbito literario. Hoy, sin embargo, la obra de Italo Svevo, todavía desconocida por muchos lectores, goza de buena salud. También Senectud, aunque La conciencia de Zeno sea considerada su obra maestra. En mi opinión, sin desmerecer un ápice en valía sus magníficos relatos, los cuales llevan el sello peculiar de la narrativa de Svevo y su modo sutil y distante de abordar el imaginario como maquinaria activa capaz de crear nuevas realidades o realidades paralelas.
Esta manera de proceder me parece una de las características, si no la característica principal, de su libro Senectud. Escuetamente diría que este libro trata de la desbordante pasión que arrastra a un hombre de 35 años a los brazos de una joven, criatura de su imaginación. Un tema bastante trillado, dada la naturaleza ilusoria de todo amor. Sin embargo, Italo Svevo lo afronta bajo una mirada particular a la que parece no escapársele ningún ángulo de la pasión o relación amorosa. Capaz de narrar las mutaciones que experimenta un sentimiento para tornarse en otros en un círculo vicioso, su narrativa parece moverse al filo del abismo en ese espacio que se abre entre la felicidad y la infelicidad, la dicha y el dolor. Y no solo en el ámbito de la pasión, sino también en el de las relaciones humanas en general, puesto que Senectud es mucho más que el relato de una desbocada pasión. Sus personajes representan, en cierto sentido, la inalcanzable soledad que habla de las dificultades de vivir y de relacionarse mutuamente de forma auténtica. Ensimismados en su intimidad y sujetos al autoengaño, de su condición inasequible se desatan situaciones de equívocos, mentiras, incertidumbres, perplejidad, celos, envidia, desconfianza…

Ni siquiera dolores de origen semejante sirven para acercar a los afectados. Es el caso del protagonista Emilio Brentani y su hermana Amalia. El primero hace ostentación de su sufrimiento por la pasión hacia la inaccesible joven Angelina, mientras la segunda queda encerrada en su mudo abatimiento por un amor imposible.

El sufrimiento le llega a los dos hermanos de la misma fuente de la que brota la felicidad, ilusoria en cualquier circunstancia porque responde a una creación imaginaria. No obstante, ambos proceden de modo muy distinto. El amor no correspondido de Amalia hacia Balli, el mejor amigo de Emilio, se reduce al plano del deseo y de la pureza. Emilio, sin embargo, lleva su pasión a la realidad, reclamando en vano interiormente de forma ininterrumpida que la joven Angelina se adecue a la criatura de su imaginación. Ejerce incluso la violencia verbal y física por no conseguirlo.
Antes, al comienzo de Senectud, se plantea Emilio su relación con Angelina como una aventura, ajeno a todo compromiso y a la búsqueda de una estabilidad con ella. Con aire altivo se propone educarla en esa dirección. Pero cuando ella acepta, los papeles cambian. Será ella entonces el alma dominante y libre, cuestión que atormenta a Emilio a la vez que funciona como desencadenante de su deseo.
La posesión incompleta de la joven enciende aún más su pasión en la misma medida en que lo hace sufrir. Envenenado de celos, verá entonces en Angelina a una mentirosa y traidora de la que, no obstante o quizás por eso, no puede prescindir.
Se propone un método para reeducarla y mantenerse libre de ataduras y su plan de tratarla como un juguete se le vuelve en contra. De ahí que Emilio vague a lo largo del libro moviéndose emocionalmente de un extremo al otro. También respecto a su hermana Amalia y a su amigo Balli.

Pasa fácilmente de la pena a la ira, del resentimiento a la plena entrega, del sentido de culpa al convencimiento de tener la conciencia limpia. En una fracción corta de tiempo el rencor y la rabia se vuelven remordimiento cuando no ternura.

Queriendo continuamente despedir a Angelina de su vida, por ser precisamente igual a como él había querido en su plan forjado, vuelve una y otra vez a rendirse ante ella. Celoso sin escapatoria posible, también de su pasado, antes de conocerla, llega antes a indignarse, una vez que retorna a su encuentro, por verla tranquila y sonrosada que por los hombres que él supone han formado y forman parte de la lista amorosa de la joven.
De nada le servirá sacar a paseo su imaginación para reencontrarse dichosamente con su amada, pues la realidad se impone y aflorarán todos sus reproches hacia ella. Incluso en momentos de ira en que se plantea ir a su casa para cantarle las cuarenta, le echará la culpa a Angelina de cualquier pequeño accidente que le pudiera ocurrir. Así se lee en un fragmento del libro:

Con el fin de esquivar el denso barrizal del centro de la calzada, se hizo a un lado sobre la grava, pero dio un paso en falso en el suelo desnivelado, y en su intento de evitar la caída se lastimó las manos contra la tosca muralla. El dolor físico le alteró, aumentando sus afanes de revancha. Se sentía más burlado que nunca, como si aquel traspié fuera una culpa más que achacarle a Angelina.

Emilio necesita también dañarla para comprobar si ella le ama. Interpreta que el sufrimiento de ella es una prueba de amor hacia él.

Los lectores que quisieran indagar en el imaginario femenino y en el masculino encontrarán en Senectud un fabuloso material narrativo. Esta novela, tal vez innecesariamente demasiado larga, nos sumerge en las dificultades de las relaciones humanas. Pero especialmente nos revela el imaginario de los hombres y mujeres, tan distantes entre sí, que parecen darse para no encontrarse.

Italo Svevo, Senectud, traducción de Carmen Martín Gaite, edit. Acantilado, Barcelona, 2006.

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