A pesar de que hace ya más de tres años que viajamos a Senegal, tengo muy vivo el recuerdo del par de días que pasamos en un pequeño campamento de la Lengua de Barbarie. Tal como su nombre indica, la Lengua de Barbarie se trata de una larga y estrecha lengua de tierra de 2000 hectáreas que separa el río Senegal del Océano Atlántico.
No voy a discutir que el sur del país, verde y frondoso, tiene para la mayoría más atractivo turístico que el seco y polvoriento norte. Pero a tan sólo 25 km de Saint Louis se esconde este verdadero tesoro natural. En 1976 se declaró Parque Nacional y dos terceras partes del mismo son humedales donde anidan y se alimentan miles de aves migratorias. En realidad, el Parque abarca una parte de la superficie continental, parte del río y los últimos kilómetros de la Lengua de Barbarie.
Allí no hay que ir a buscar mucho más aparte de desiertas playas, dunas, extensos manglares y un paisaje único ligado simultáneamente al río y al mar.
El río Senegal nace en Guinea y dirige su curso hacia el noroeste pasando por Malí y penetrando en Senegal donde traza frontera con Mauritania. Después de recorrer 1420 km desemboca en el Océano Atlántico, muy cerca de Saint Louis, configurando un irregular delta. En el lado sur de la salida del río al mar se extiende esta particular barrera arenosa paralela a la costa, con 300 metros de ancho y 30 kilómetros de longitud.
Gran parte de su atractivo se debe a que es un destino poco concurrido. Las infraestructuras son escasas y el acceso es únicamente en piragua, navegando por el río en un corto trayecto de unos 15 minutos.
Así pues, después de una deliciosa comida en el restaurante Le Flamingo de Saint Louis, a orillas del río y frente al puente Faidherbe diseñado por Eiffel, nos dirigimos a la Lengua de Barbarie. Dejamos el coche junto al faro de Gandiol donde una piragua a motor nos estaba esperando para trasladarnos al campamento Ocean et Savane. El campamento pertenece a los mismos propietarios del hotel colonial “La Residence” de Saint Louis, donde nos habíamos alojado las noches anteriores.
Cuando llegamos al campamento ya nos estaban esperando. Éramos los únicos clientes y todo el personal estaba pendiente de nosotros, con la amabilidad que caracteriza a la mayoría de senegaleses.
Nos instalamos en la pequeña cabaña y sin perder el tiempo nos acercamos hasta la playa. La sensación de paz era inmensa y sólo las olas del océano y algunas garzas se atrevían a romper el silencio. Nos encontrábamos delante de un escenario donde la función se desarrollaba exclusivamente para nosotros. La lengua que separa el océano del río es estrecha, por lo que íbamos pasando de un lugar a otro, alternando el baño en las templadas aguas del río y peleando contra las juguetonas olas del Atlántico.
Y así transcurrió una magnífica tarde, paseando por la playa y observando aves (pelícanos, garzas, gaviotas, cormoranes, martín pescador…), insectos, enormes medusas y atrevidos cangrejos. En esta zona se encuentran varias especies de cangrejos pero los más abundantes son los violinistas, fácilmente identificables porque los machos tienen una de sus pinzas considerablemente más grande y son de color rojo-púrpura.
De regreso a la cabaña nos sentamos en la terraza frente al río, mejor dicho, sobre el río ya que está literalmente dentro del agua. Dedicamos el resto de la tarde a escuchar los sonidos del silencio hasta entrada la hora de la cena. El comedor es una gran tienda mauritana que sirvió como decorado en una escena de la película “Les caprices d’un fleuve” (los cañones utilizados en la película se encuentran en el hotel La Residence de Saint Louis).
Como éramos los únicos comensales nos sirvieron la cena en una de las mesas del pequeño bar, una comida local excelente.
El viaje coincidió con los mundiales de fútbol de Alemania 2006 y el personal estaba literalmente absorto delante del televisor. Nos unimos a ellos para ver el partido de cuartos de final entre Brasil y Francia. Nos intentaban convencer de que Francia estaba ganando todos los partidos porqué la selección estaba formada por muchos jugadores africanos que habían solicitado los servicios de un marabut, hombre santo al que se atribuyen una serie de aptitudes y poderes, suficientes para lograr las consecutivas victorias. Y lo bueno es que estaban plenamente convencidos de ello. Aquel partido lo ganó Francia por un gol a cero y llegó a la final que perdió contra Italia. Por lo visto, los poderes del marabut no fueron suficientes.
LOS COMENTARIOS (1)
publicado el 27 enero a las 10:55
Un lugar precioso, sin duda!