Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol. Martin Luther King
No tengo muchas palabras para presentar esta entrada, sólo que me ha costado muchísimo escribirla y que necesitaba soltarla, porque la protagonista lo merece. Y que voy a escribirla en un color que no me gusta, pero que es el de la esperanza.
Sé, por lo que me cuenta mamá, que desde pequeña la vida te hizo luchar. Que alguien con una maldad tremenda le hizo algo horrible a mi abuela cuando estaba embarazada de gemelas. Tu hermana no lo consiguió y los médicos tampoco tenían esperanzas contigo. Pero el abuelo, ese hombre al que me hubiera encantado conocer, te enseñó a agarrarte a la vida inventando una incubadora con dos botellas de agua caliente una lámpara. Y luego te llamó Piedad, que curioso ¿verdad?
También sé que tuviste que soportar críticas e insultos de gente que no tiene ni idea de lo cómo eres en realidad. Si alguna vez te hubiesen conocido, se hubieran mordido la lengua y se hubiesen infectado de su propio veneno.
Creciste y la vida volvió a golpearte. El abuelo se fue pronto, demasiado pronto. Un duro golpe al que también te sobrepusiste. Más tarde tuviste que emigrar, igual que mamá, igual que muchos en la familia. Alemania te acogió. Te enamoraste y el destino quiso que tu hijo naciera en aquellas tierras, a las que sé que le guardas un gran cariño, porque quizás fueron tus mejores años.
Nunca has tenido dinero y siempre has sido la más rica del mundo. De ti aprendí que no importa lo pobre que seas, que las miradas de cariño, los besos, el más tonto y barato de los regalos (cuántas veces me has regalado algo que tenías por cada porque no tenías nada más que ofrecerme), al final es con lo que te quedas, porque es con lo que más amor se entrega.
Ahora la vida ha vuelto a golpearte. Enfermaste hace unos años, y yo creo que ni los propios médicos dan con lo que tienes. Sólo sé que tu cabeza está bien por mucho que digan. Creo que es lo mejor que tienes. Sigues siendo totalmente coherente, igual de bromista y con la misma bondad que rebosas por todos los poros de tu piel. Pero poco a poco te estás apagando. Todos lo vemos, todos lo sufrimos.
No sabes cómo duele oír decir a mamá que estás muy mal, que te consumes, que te mueres. No quiero pensarlo, no quiero imaginarlo, pero está pasando. Por eso hoy mis palabras van dedicadas a ti. Porque aún me aferro a un milagro, porque aún confío en que los médicos den con una solución, con un tratamiento. Yo sigo teniendo esperanzas, tita, porque eso es lo último que se pierde y a ti no te quiero perder. Aguanta por favor, lucha, te queremos. Te quiero.
PD: Tú me enseñaste lo que era ser tía, ahora que lo soy, me esfuerzo en ser como tú.