Alrededor de un millar de adolescentes y jóvenes, y un buen puñado de adultos, tuvieron a bien participar el pasado noviembre en los talleres de divulgación científica y promoción de la salud que impartí en Tenerife y Gran Canaria, con motivo de las Semanas de la Ciencia y la Innovación en Canarias. Fue un reto enorme, pero el resultado no pudo ser más edificante; tengo para mí que ha sido una de las mejores propuestas educativas que mis entendederas han alcanzado a concebir.
Y no era fácil, porque no lo es captar el interés a ciertas edades y, menos aún, lograr una implicación activa en las actividades de que se trate. Pero sobre todo, por la temática planteada: las pseudociencias y la salud que, como el fútbol, levantan pasiones.
Para entrenar una mirada crítica no hacen falta grandes alharacas, sino estímulos apropiados: un millonario equivocado, un futbolista que antepone el marketing a la ciencia o incluso una niña que desmonta la superchería con un experimento escolar. #stoppseudociencias pic.twitter.com/yOTqNrppMh
- Concísate (@concisate) 8 de noviembre de 2018
No relataré aquí las intimidades de la actividad (denominada 'Encender la mirada: escepticismo, ciencia y salud'), sino un hecho que allí aconteció y del que me he acordado estos días: realizábamos una parte del taller con un par de niños y sus padres (el público habitual del horario de tarde), cuando una señora se acercó; allí se mantuvo durante un cuarto de hora o más, asintiendo y sonriendo, sin mediar palabra. Al final, aplaudió y, acto seguido, me preguntó: " ¿Y qué opinas de la homeopatía? ".
En ese momento supe que algo iba a ocurrir. Le respondí que mi opinión no importaba. Y, aunque la homeopatía no estaba en el esquema didáctico del taller, iba preparado: saqué de mi mochila un medicamento y un tubo de gránulos homeopáticos. Le conté que era alérgico y que de vez en cuando necesitaba tomar antihistamínicos, las píldoras de aquella caja, en la cual se podía leer cuál era su principio activo y en qué cantidad se hallaba. Acto seguido, señalé que aquel tubito se vendía como un remedio homeopático también para la alergia pero que, si atendía a su composición, cada gramo decía contener "0,85 g de sacarosa y 0,15 g de lactosa", lo que sumaba un gramo, es decir, el 100% de cada gránulo. "¿Dónde está entonces el principio activo?", le pregunté.
La señora dio un respingo y pareció ponerse nerviosa. Intenté explicarle que lo raro de la homeopatía sería que funcionase, dado lo delirante de su presunto razonamiento biológico y lo absurdo de su sistema de diluciones, pero creo que no me escuchó, porque no paraba de balbucear. Intenté hablarle de que cuando se hacen estudios con metodologías rigurosas y sin conflictos de interés (y se han hecho, incluso los estadísticamente más potentes, revisiones sistemáticas) la homeopatía no mejora al placebo, pero ya no me atendía en absoluto, por lo que tampoco pude argumentar las razones más plausibles por las que una pseudoterapia a veces parece que funciona a ojos de sus receptores (y en ocasiones de sus propios prescriptores).
Aquello no hubo de gustarle, pues de pronto se quedó inmóvil, miró en lontananza y alzó la voz entre indignada y condescendiente: "Pero hijo, ¿esto quién lo paga?". Le pregunté que si se refería a mi participación en aquella actividad y la informé de que lo hacía la Agencia Canaria de Investigación, Innovación y Sociedad de la Información. Y, con toda la calma que pude, la invité a expresar cualquier cosa que considerase ante quien quisiese, que yo me comprometía a hacerle llegar documentación del Ministerio de Sanidad y de la Real Academia Nacional de Farmacia acerca de esta cuestión. Finalmente, le dije que ojalá hubiese pruebas de su eficacia, pues sería un remedio muy barato, pero que por desgracia no las había, y que su falaz enseñanza estaba siendo expulsada de la universidad española, donde nunca debió entrar. Y nos despedimos amistosamente.
Esta semana me he acordado de ella, tras leer que el examen MIR de 2019 (la prueba oficial y pública que evalúa los conocimientos para acceder a las especialidades médicas en España) marcó un hito: incluyó una pregunta sobre la homeopatía; y sí, la respuesta que afirmaba su ineficacia era correcta. Me encantaría volver a encontrarme a esta señora para, sin acritud alguna y con respeto, contárselo; y recordarle que el sistema público de salud también lo pagamos todos, y nos va mucho en ello.