El señorito del pueblo está indignado con la Diputación provincial porque allí, aunque admiten que es un señorito singular, lo tratan solamente un poco mejor que a cualquier otro pueblerino.
Con su traje entallado y gesto guapetón vuelve al municipio. Qué insulto que lo traten como señorito vulgar, a él, rico y con cuentas ocultas en Suiza, que posee una cultura única y universal.
A él, que porta cicatrices de antepasados derrotados en peleas, las mismas y no más que las otras 16 provincias del país, llamadas ahora regiones y nacionalidades, pero que se declara la única víctima de 1714.
Desde su castizo campanario televisual convoca a los demás medios de comunicación pueblerinos a los que soborna para que lo alaben como imagen de las virtudes locales.
Les ordena que clamen contra el presidente de la Diputación y que exijan separarse de esa institución provincial para crear su propia Diputación.
Calentados por los medios, los pobres y desempleados de pueblo, que antes se sentían víctimas explotadas por su caciquismo egoísta y explotador, se indignan por el maltrato dado al señorito.
Ahora, pobres y ricos valoran solamente el paisanaje, compartir la aldea, no la bondad o maldad y la utilidad o ineficacia del ombligo, la caverna mental del señorito.
Entonces, el señorito acude a la Capital Central, Bruselas, que es donde reconocen, castigan y premian a sus 28 países-diputaciones provinciales. Envarado, entallado y jacarandoso, allí resulta patético.
Contestan los mandatarios que quien se sale de su Diputación será considerado extranjero y perderá todos sus derechos. El señorito, tan simplón e indocumentado, les llama genocidas culturales, imperialistas y antidemocráticos.
Vuelve de la Capital ignorado, despreciado, tratado como rústico incompetente que ignora cómo se mueve un mundo donde no es señorito, sino patán.
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SALAS