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Justo cuando menos ganas tengo de hacer nada de provecho, especialmente escribir a deshoras, aquí me tienes. Vuelvo a las andadas blogueras. Continúo vivo después de todo este tiempo, tal y como reza el título del último disco sobre el que escribí. Aquello sucedió otro día 27, de junio, echa cuentas. ¿Y desde entonces? Desde ese instante me han pasado tantas cosas que aún no he sido capaz de asimilarlas. Buenas, muy buenas, no tan buenas y... de todo un poco, pero la salud bien. ¡Gracias!
No obstante, a pesar de todas esas cosas, tengo la sensación de que estoy precisamente donde estaba cuatro meses atrás, si es que no retrocedí algo más. ¿Te acuerdas del juego de la oca? A eso me refiero, el dado debió de jugármela y caí en la casilla equivocada. Por ello desde hace unas semanas me encuentro como en una especie de estado de shock permanente, desde que me levanto hasta que me acuesto. Si no pienso en ello, mal, porque la sensación está ahí agazapada y antes o después me sorprende. Un campo electromagnético que me atenaza. ¿Y si pienso en ello sin más? Peor, cómo no.
Hablando con un amigo entre cerveza y cerveza hace unos días, perdón, noches, salió el tema de las crisis existenciales y sus derivados... Términos demasiado catastrofistas para alguien que considera que sigue teniendo claro cuáles son sus metas. Y es que ni he olvidado qué quiero ni hasta dónde pretendo llegar, pero quizás ya no tenga tan claro qué camino seguir. ¿Habré perdido el norte?
Conozco y he conocido personas que son felices mirando hacia otro lado o tapándose los ojos directamente con la mano. Es más, envidio a esas personas porque al menos yo, cuanto más abro los ojos, menos claro lo veo. Y así fue como, durante el verano, fui despegando los pies del suelo inocentemente hasta que en otoño me dio por mirar hacia abajo. ¡Zas!
Fíjate, un año más elegí Madrid corre por Madrid para arrancar mi particular temporada de carreras populares. Apenas preparé los 10 kilómetros de turno, poco entrené debido a mis obligaciones y horarios en RockFM. Pero las sensaciones eran tan buenas, me iba tan bien en mi burbuja, que no me costó acabar la carrera del tirón [la marca ya es otra historia para no dormir]. Días después, pese a retomar los entrenamientos y recuperar forma física, se me atragantaba hasta un simple trote de 20 minutos.
Entonces te das cuenta de que, sin proponértelo, puedes echar de menos lo que llegaste a echar de más. Peor aún, podrías ser capaz de echar de menos lo que desconoces, pues nunca lo has tenido y posiblemente nunca lo tendrás. En fin, se hizo tarde, muy tarde y mañana, es decir, hoy, será otro día o el mismo con diferente banda sonora. Será que, como nos comentaría Jose Luis Casado, afortunadamente nos queda la música. ¡Amén y bienvenid@ al blog tú también!