El día era luminoso y la brisa andaba con ganas de convertirse en ventolera, pero aún así la gente en la calle sonreía. Quizás era el fotoperiodo, o la vitamina d recién formada en el organismo por la presencia, al fin, de luz solar, yo que sé, el caso es que caminar por la calle y notar la calorcito en esa parte, ya despojada de cabello, de mi cabeza, me hacía apurar el paso y mostrar mis dientes en un amago de sonrisa que, tal vez, podría considerarse como tal. Había pisado una mierda de perro y pensé que me iba a dar suerte.
El cambio había sido brusco y repentino, de nada a todo, como si a un obrero de la construcción en paro le hubiera tocado la primitiva. Y que bien sentaba. Tomando una caña en una terraza y descubrir a la hora de pagar que te la habían metido doblada. Intentar hacer la declaración de la renta y descubrir la puñalada estatal en forma de ingreso bancario. El sol me da en la cara y nada me importa, pensaba.
Los días se alargaban bajo un sol de justicia y pronto echariamos de menos la lluvia que ahoga nuestros problemas.
PD.- Si el caso es quejarse...