Revista Opinión
España ha declarado el estado de alarma por la pandemia del virus COVID-19 que nos está afectando. Sería aconsejable actuar con sensatez ante la emergencia. No es lo mismo un brote epidémico con un número contenido y delimitado de casos, que la duplicación de las cifras de contagio y fallecidos casi a diario. De apenas un centenar de infectados a cómputos de cuatro mil, con pronóstico de superar los diez mil contagiados, ya es motivo suficiente para la alarma.
Culpar ahora de lo que no se hizo antes, es cinismo, cuando no difamación interesada o partidista. El foco más importante de la epidemia, y hasta cierto punto desbocado, está en Madrid, y no es consecuencia de la manifestación del 8-M celebrada allí. Estas manifestaciones se realizaron en muchas otras ciudades del país, sin que hayan generado focos de infección semejantes. Tampoco lo justifica el volumen de la población madrileña. Existen otras causas que intentan no explicitarse abiertamente. Se trata, en definitiva, de la comunidad donde se hicieron más recortes en la sanidad y se privatizaron más hospitales, precisamente por parte del partido que actualmente gobierna el Ayuntamiento y la Comunidad, y el que preside el actual líder de la oposición, que exige responsabilidades y dictamina culpabilidades cada día. Sería exigible mayor corresponsabilidad ante una emergencia de esta naturaleza, de índole global.
La enfermedad que provoca el virus tiene un periodo de incubación de 5-6 días, por lo que existen personas infectadas que no presentan síntomas, pero que pueden contagiar la enfermedad y extenderla. Tal probabilidad exige precaución (limitación) en los movimientos y en las relaciones interpersonales. Pero la precaución no es sinónimo de miedo o paranoia, mucho menos de terror o pánico. Hacer acopios de alimentos o medicinas es una actitud irracional. No estamos en guerra ni se va a producir situaciones de desabastecimiento en el país, menos aún durante el estado de alerta decretado.
Hay que evitar, eso sí, los contactos físicos (darse la mano, abrazos, besos), no las relaciones con gente sana. Mantener una distancia de algo más de un metro, para evitar estar expuestos a emisiones que se expulsan al hablar y respirar, es prudente, pero no significa el rechazo o la huida de los otros como si fueran unos apestados. Sin embargo, el roce y la cercanía casi íntima que se produce en aglomeraciones y sitios cerrados sin ventilación están totalmente contraindicados, hay que rechazarlos. Entre un extremo y el otro se halla el término medio espacial de la sensatez.
Tampoco hay que interpretar las medidas de aislamiento como unas vacaciones extras que se pueden aprovechar para viajar o hacer turismo. Ello supondría propagar la infección a otras zonas afortunadamente libres de ella. Los desplazamientos deben evitarse, si no es por causa de fuerza mayor.
El número creciente de contagios, que se multiplican a diario de manera casi exponencial, justifica la alarma decretada por el Gobierno. Las medidas adoptadas, que requieren de la responsabilidad individual de todos, responden a protocolos establecidos para reducir la propagación y contener la expansión de la epidemia, no a causa de su letalidad.
Si alguien sospecha, por los síntomas que presenta, que se ha contagiado, debe guardar aislamiento en su propio domicilio y llamar a los teléfonos de emergencia para que le informen de la conducta y actuaciones a seguir, según su estado. No hay que acudir a los hospitales por la mera aparición de síntomas leve de gripe o fiebre que no supera los 38 º C, puesto que los hospitales ya están colapsados con la presente crisis y demás patologías a las que deben enfrentarse habitualmente. Las camas disponibles han de reservarse para casos de mayor gravedad que ponen en peligro la vida de los pacientes.
El virus de la actual epidemia no tiene tratamiento, de momento. Muchas de las epidemias virales de los últimos años se deben al contagio por virus de animales que saltan al ser humano, y surgen en zonas con deficientes medidas higiénicas, tanto en animales como en personas. De ahí que estas epidemias se originen, habitualmente, en países en vías de desarrollo, desde donde se transmiten al resto del mundo hasta tanto se disponen de instrumentos de control terapéutico (fármacos, vacunas, etc.)
La industria farmacéutica, radicada en países ricos, no investiga ni elabora medicamentos para agentes potencialmente nocivos pero improbables, como los virus de animales, sino para enfermedades existentes, que afectan a grandes sectores de la población, que permiten rentabilizar la inversión en investigación y elaboración que han desarrollado en sus laboratorios. Tampoco suele fabricar fármacos para poblaciones con poca capacidad económica, en las que es difícil obtener grandes beneficios. Todo ello explica la relativa proliferación de estas nuevas enfermedades víricas, desconocidas hasta la fecha, y la sorprendente vulnerabilidad que exhibimos frente a ellas. No las atendemos (estudiamos) ni nos prevenimos (preparamos fármacos contra ellas).
Todo lo cual nos obliga a la responsabilidad, la sensatez y la paciencia para hacer frente al virus, aunque no estemos acostumbrados a permanecer encerrados, no sólo en nuestros hogares, sino con nosotros mismos y nuestras neuras. Quince días es poco tiempo, pero me temo que nos parecerá una eternidad, además de un problema para los que no saben qué hacer con los hijos ni a quién dejárselos, pierden el empleo, dejan de ganar dinero en sus negocios o se ven forzados a adelantar sus vacaciones. Un follón.