Una pena no haber podido pasar esta semana por Pamplona (España) pues por allí andaban estos días tres premios Pritzker (Jacques Herzog, Renzo Piano, y Glenn Murcutt) y un buen grupo de arquitectos emergentes (Alejandro Aravena, Diébédo Francis Kéré (Burkina Faso), Rahul Mehrotra (India) o Giancarlo Mazzanti), todos ellos reunidos por la Fundación Arquitectura y Sociedad que preside el español Carlos Solchaga (¿cómo ha llegado hasta aquí un ex ministro de economía?).
Ayer hablé del australiano Murcutt, aunque muy de pasada y hoy quiero hacerlo de Renzo Piano, pues posiblemente uno de sus edificios cambio, en cierto modo, lo que habría o pudiera haber sido mi vida.
Visité por primera vez París a la edad (no tan temprana) de 16 años. Allí viven unos tíos a quienes veo poco pero quiero mucho. Quizá algún día tendría que decírselo. El caso es que en uno de aquellos 30 días visité un edificio que por sorprendente (para mí y en aquel momento) no llegué a comprender: el Centro Pompidou, nombre más comúnmente empleado -otros son Beaubourg o Musée National d'art Moderne- para designar al Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou.
Aquel mágico y sugerente edificio fue diseñado por los entonces jóvenes arquitectos italianos Renzo Piano (en aquel entonces 33 años de edad), Gianfranco Franchini y el inglés Richard Rogers. Inaugurado el 31 de enero de 1977, yo lo visité 4 años después (el edificio era también joven, como yo).
Nunca había visto nada igual. De Rogers tenemos en Madrid un edificio que me encanta (la nueva terminal del aeropuerto de Barajas, la T4), pero no me consta que tengamos por aquí una obra de Renzo Piano, un tipo fundamentalmente elegante y previsiblemente de excelente conversación. El pasado 10 de junio, el PAÍS (página 40, vida&artes, cultura) publicó una entrevista deliciosa:
Debo ser honesto: cuando construimos el Pompidou sabíamos mucho de revueltas estudiantiles, pero no habíamos construido ningún edificio que hubiera durado más de seis meses. Mi única idea era aligerar la arquitectura, restar.
Quien haya seguido este blog durante los últimos meses habrá reconocido que restar (o alguno de sus sinónimos, sustraer, eliminar, descontar) son palabras habituales cuando hablamos aquí de nuestro trabajo. Nos interesa mucho esta parte de la profesión que implica eliminar lo superfluo.
En cierto modo nada sobra en el Pompidou de París pues todo está a la vista, integrando con atrevidos y vistosos colores todo aquello que hasta aquel momento se solía ocultar conductos de servicio y ventilación, estructura e instalaciones.
En la entrevista Renzo Piano habla también de la diferencia entre el diseño (arquitectura) y la posterior ejecución (construcción), cosa de la que también hemos hablado otras veces aquí; habla de cómo el arte mejora la vida de la gente y del papel social de los edificios. De muchas cosas y todas con sustancia. Buscar la entrevista en internet y leerla (http://www.elpais.com/articulo/cultura/costo/aprender/arte/mejora/gente/elpepicul/20100610elpepicul_4/Tes) Es breve y merece la pena.
Para terminar me quedo con una de sus últimas respuestas:
“Sin sensibilidad y sin poesía no hay arquitectura. Hoy hay estudiantes de 18 años que ya creen saber lo que es la arquitectura. Eso da miedo”.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
[email protected]