Ella está ahí, sentada, en su mecedora. Si hiciera treinta o cuarenta años la habrían peinado y recogido el pelo en un moño, un poco por encima de la nuca, el pelo gris plata, sin teñir. Con un traje negro como corresponde a su edad, pues es imposible vivir hasta aquí sin haber tenido que enterrar a nadie. En cambio, si la visión es actual, no habrá moño, puede ser que el pelo sea blanco, pero probablemente tratado con algún producto para hacerlo brillante y sedoso, darle ese tono azulado que tan bien (y también) viste a la edad. Y nada de negro en el vestido, una bata suelta, es verano, pero de vivos colores. Por supuesto que ha tenido que enterrar deudos, quizás más de los naturalmente aceptables, pero el luto lo lleva en la mirada.
No está en su casa. No ha resultado posible. Requiere unos cuidados y atenciones que no puede recibir en su casa. No somos nadie para averiguar los motivos, es así y eso nos debe bastar. Eso sí, si hiciera treinta o cuarenta años, seguramente estaría en su casa. Tampoco somos nadie para juzgar por qué entonces sí y ahora no. Quizás tenga que ver con la diferencia de peinado y de vestido. Quizás. En todo caso, tanto entonces en su casa, como ahora en una institución, no se borrará el luto de los ojos. Con esa mirada casi siempre triste por los recuerdos, porque dicen que no se acuerda de las cosas, pero sus ojos lo niegan. A lo mejor se acuerda de otra manera, pero claro que se acuerda. Si no, ¿entonces por qué hay ese ligero brillo en sus ojos cuando recibe una visita? Casi siempre es apenas perceptible, pero otros ojos que la miran como deben, lo notan. O a lo mejor creen notarlo, pero no, estamos seguros de que no es vana ilusión, brillan y el brillo se acentúa cuando se le acercan los más pequeños de la saga. Esos que en realidad no ha llegado a conocer, pero que intuye que son lo mejor de ella, porque siempre supo que a pesar de todo, cada generación (aunque ella se siente la excepción que confirma la regla) es mejor a la anterior.
Tiene una mirada que es un mundo. Todos vemos esa mirada y pensamos ¿qué esconderá? Porque tenemos muchas lagunas sobre ella y su historia. Sin embargo, es bastante probable que ella nos esté contando, sin ocultar nada, esa historia que desconocemos o incluso que malconocemos, pero no hemos aprendido a leer miradas. Una pena. O un piadoso alivio. Quizás no sea necesario saber. Quizás, lo único pertinente sea sentir. Sentir y hacerla sentir. Hacerla sentir que ya nada se ha de explicar, que lo que no ha quedado explicado, a lo mejor no necesitaba explicarse. Que es el momento de emocionar y emocionarse. Qué contra todo pronóstico, todo ha resultado bien.
Qué todo está bien, que todo está en paz. Que todos quedamos en paz. Qué bien está, lo que bien acaba. Así sea.