Revista Opinión

Sentidos

Publicado el 22 julio 2014 por Purasvitae @PurasVitae
El cielo se viste de techo, esa sensación de que más allá no se puede. Hay tanto que mirar y que poco miramos. Ni hablar de observar, aquel detalle que podemos verle a las infinitas líneas de luces y colores que el cielo agracia a nuestra vista, casi que pasa inadvertido. Mirar es automático, como vivir en estos tiempos, y nos estamos perdiendo de cosas tan sencillas como el espectáculo de colores que nos regala el cielo en cualquier parte del mundo o el abrazo de dos personas que no encontraron mejor forma de decir te amo compartiendo un apretón que guardamos para las despedidas. Mirar o no, observar o no, la vista se reduce a la lógica de manejar o caminar entre tanta gente pero no a detallar sonrisas, miedos, esperanzas, angustias y una centena de demostraciones que nos recuerdan que estamos más vivos que nunca. Mirar es uno de los peores automatismos, que si un cuerpazo con dotes de monumento, pero cuando las miradas van al rostro y hay devolución, la incomodidad nos viste de formalidad.

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(Fuente: https://c1.staticflickr.com)

El viento a veces tiene el don de hablar. Extrañamente cuando le escuchamos empezamos a temer porque venga una lluvia importante o porque sus efectos sean desastrosos. Nos cuesta aparcarnos a escucharlo, a entender la calma que nos pide cuando las cosas más sombrías nos suceden. Alguna vez, en alguna playa del oriente venezolano una lluvia leve cayó y mientras disfrutaba del mar que se alebrestaba un poco, se escuchaba las ráfagas de viento y la caída del agua. Había una oscuridad infinita pero una sensación de calma aún mayor. El ruido que lluvia y viento dejaban era una sinfonía de calma ante la oscuridad reinante. Igual en el día a día, ante tanta calamidad, el sonido de la vida se deja escuchar, a veces nos pide calma, a veces nos pide apremio, pero siempre intenta hacernos saber por dónde van los tiros.

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(Fuente: http://www.supercurioso.es/)

Hay perfumes que aunque tienen sus esencias y olores bien definidos, el que lo percibe suele tener impresiones diferentes al respecto. Lo de siempre, el énfasis cuando buscamos olores son aquellos puntuales o que causan humor o que nos recuerdan algo muy puntual. La gama de olores que aún podemos detectar, a pesar de vivir en ciudades, suele ser importante. Un buen café, un chocolate, un perfume o inclusive esos olores inconclusos que nos trasladan en un instante a un momento, un lugar, un recuerdo. Los olores pueden recrearnos estados emocionales, alegrías olvidadas, pasajes de nuestra historia que tanto apuro nos ha obligado a olvidar. Esa sensación adicional cuando al respirar le ponemos un poco más, ese ir y venir en una respiración, en un abrir y cerrar de ojos.

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(Fuente: http://oasisdeisa.files.wordpress.com/)

Tal vez la mejor sensación es aquella cuando nos acarician el cabello o la piel, esa pausa breve que un recorrido genera relajación, serenidad, placer. Nos hemos vuelto tan distantes, con todo y lo latino, que nuestras manos van de la cama, al laburo, del ejercicio a la ducha y a dormir. Nos da miedo tocarnos, a los que queremos no la popular metida de mano a cualquiera, nos da miedo sentir en una misma frecuencia que al tacto – sin mediar palabra – se pueden tener las conversación más profundas que se hayan tenido. Ese ese sabor de dejar una huella, ese momento eterno que transcurre cuando se dibuja líneas de afecto en una cabellera o una parte de la piel. Sufrimos de una enfermedad extraña en la que nos da cosa tocarnos a menos que se vengan despedidas largas o distancias inentendibles.

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(Fuente: http://www.lapatria.com/)

Y finalmente el buen sabor de un beso. Porque no solo para probar bocado tenemos la boca, que me pasa con frecuencia la de no disfrutar lo que como. Esa pausita de reconocer un sabor y aproximarlo, hacerlo propio. Que el hambre se calme y que el alimento sea un rito, como es rito besar. También se saborean buenas conversaciones, risas, momentos que apenas recordamos pero que viviendo son la gloria misma. Es ese sabor a parrilla o asado, a una comida compartida tras un estudio o trabajo, a un beso robado, a saborear una piel infinita. A saborear una lluvia que cae, ese mar que se escapa cuando nos zambullimos, los sabores que se nos olvida que disfrutamos.

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(Fuente: http://joitoelpintor.files.wordpress.com/)

Somos el conjunto de sabores que nuestros sentidos nos van acercando a la vida. Somos ese momento que olvidamos, esos minutos que nos hicieron la vida y que probablemente hayamos olvidado. Somos este instante, esta respiración, esta lectura, ese ruido mínimo que nos acompaña en los conglomerados urbanos, somos una carcajada, una lágrima, somos la vida percibiendo vida, somos las diferentes descripciones del amor que se sienten en las diversas circunstancias que vivimos.

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(Fuente: http://www.primera-clase.com/)

Somos un buen rato, somos una soledad, una compañía, somos vos, somos yo, somos…

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